domingo, 16 de septiembre de 2007

Mi deuda con el Arco Iris...

EL ARCO IRIS DE GRAVEDAD. THOMAS PYNCHON. EDITORIAL TUSQUETS.


La gravedad fue la que posíblemente influyó en mí, haciéndome fracasar. Y es que este supervolumen se gasta la friolera de 1144 paginacas de pura exuberancia y desvarío y fracasé al intentar acabármelo, por poco pero tiré la toalla. Fue la gran novela caudalosa de mi verano del 2006, que me mantuvo agarrado a ella, no se si por el morbo o, de una manera extraña, por su cualidad lisérgica, je, je, pero que, por la honestidad mínima de un derrotado consciente, tampoco puedo recomendar estríctamente hablando.

Si normalmente, toda entrada puede llevar a una reseña esta, entonces, sería una no-entrada y una no-reseña, porque aún no sé como acaba el relato, el misterio se contiene en esa sexta parte, aproximadamente, que dejé por leer en la anómala línea temporal del universo-libro de Pynchon.

Es posible que pagara el precio de la ingenuidad o candidez lectora, el prejuicio gracianesco de lo bueno si breve y tal y cual, la desazón interior que produce esa Europa paralela pynchoniana situada en la II guerra mundial, así como el toque inequívoco de locura en ciertos pasajes, dotados de una intensidad y fijeza descriptivas tan intensa como las pesadillas y las visiones, ay que ver que fuerza icónica y visual posee el tipo, casi más propia de la manía de un pintor impresionista...

¿Estaba loco este hombre? ¿Que pretendía al narrar de esta manera? Ya me direis, si no, basar el relato en un presupuesto de Ciencia ficción irónica (sí, cifi). Un soldado americano, Tyrone Slothrop, que cuando se aproximaba una V2 experimentaba una erección tremenda. El pobre hombre había sufrido de niño el implante de un extraño plástico que reaccionaba de esa manera, además de extraños experimentos a lo Pavlov que le hacían capaz de reacciones imprevisibles. Por estas cualidades le buscaban todos los servicio secretos.

Con estos supuestos, el energúmeno creador de Pynchon disfruta toreando en varias plazas, escribiendo pasajes de ciencia ficción para acto seguido ofrecer páginas de vodeville, ensayar el reportaje de guerra, trocear un relato para adultos o regodearse en una fábula para fantasiosos, atravesando los distintos géneros con endiablada velocidad, reduciéndolos a mera trampa para lectores ingenuos o convencionales.

En fin, que lo que en apariencia es un cuento de descerebrados alcanza a ser en realidad una lectura alucinada del mundo como un texto paranoico de ilusiones metafísicas (que frase, rediós, a saber que habré dicho) de modo que la banalidad y el absurdo de su argumento hacen que éste no sea sino el pretexto para la explosión de la imaginería verbal.

La novela trabaja con materiales tan dispares como la ingeniería química, el Holocausto, el espionaje, la cábala, las grandes corporaciones, la estadística y las teorías de Ivan P. Pavlov, creando una especie de ontología aparte que les otorga función y significado, por lo tanto no hay Dios que la resuma ni doncella que le abra las piernas.

Pero mi deuda para con todo libro que abro la quiero pagar, algún día me meteré en esa visión delirante y, si me aclaro, la calificaré. Un abrazo.

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