lunes, 29 de octubre de 2007

El hombre masculino




Hay por ahí una especie de blog, que a su vez remite a un artículo de un tal Phil Manoeuvre que, al parecer, escribía en la revista-ya de culto para los comiqueros-Metal Hurlant, escrito para ser leído con cierto sentido del humor.

El artículo, reproducido en este blog, trata sobre la adecuada masculinidad y comportamiento del hombre de verdad, esa especie en extinción. Habla de machos auténticos y de comeyogures, dando pistas para distinguirlos. Desde luego que algunas referencias ya están pasaditas y el autor se va tres pueblos, pero se pasa un ratito divertido. Yo, particularmente, me he reído mas de una vez.

Aunque el tono en el fondo es de parodia esperpéntica, es un tono que nace de una nostalgia apenas disimulada por el exabrupto y la imágenes forzadas. No se exactamente la proporción de machos alfa cargados de testosterona que pueden andar por ahí, y en que medida lamentan la pérdida de aquel machismo visceral que impregnaba la cultura de Occidente.

Más de un estudio habla del posible desequilibrio glandular, favoreciendo a la conocida hormona citada más arriba y que, combinado con ciertas situaciones sociales y culturales, puede dar resultados explosivos. Es un tipo de personalidad que abarrota los presidios y puebla las páginas de sucesos. También hay que decir que la influencia de la testosterona no es sino uno más de los factores de un cocido bastante complejo.

Tenía por ahí un libro, escrito por un psiquiatra, donde se habla de las bases biológicas del personal violento, y como se pueden neutralizar mediante una educación atenta, pero no siempre parece ser posible. Ya se conocen de sobra las personalidades psicopáticas, esas que en situaciones de estrés controlado en laboratorio han demostrado que apenas segregan cortisol, hormona de la ansiedad.

Porque la ansiedad la experimentan en menor cuantía, no temen apenas a las demás personas ni a la ley ni a las consecuencias, están más relajados y frescos ante las situaciones de violencia física y perciben a los demás como simples pedazos de carne con ojos, con posesiones o circunstancias que les provocan avidez o sadismo.

Como la fracción social formada por las personas más o menos cultas, los urbanícolas democráticos de los países avanzados y demás "comeyogures", je, je, adolece de una cierta pereza reproductiva, véanse sino los índices de natalidad y demás, el número de psicópatas tetosterónicos tiende a subir con las diversas generaciones y la proporción de ellos será cada vez mayor. ¿Sería la solución implantar más policías? ¿Querrá alguien defendernos, cuando seamos maduritos, de la violencia física de las generaciones más jóvenes?

Los más tranquilitos, porque así nos preferimos considerar, tenemos horror a todo lo que signifique violencia estatal en nombre de la seguridad. De alguna manera nos gusta creer que todo violento, en el fondo, está deseando ser acogido en los brazos amorosos de las instituciones públicas. En los medios de comunicación, se han creado legiones enteras de tertulianos que apabullan a todo aquel que predique algo parecido a la mano dura.

Y es que, en el fondo se les cree abordables mediante el diálogo, naciendo este de una ética del perdón, de la reintegración, en la que yo, personalmente, quisiera creer con ganas y con fervor, aunque tengo dudas tremebundas.

Precísamente, en un libro que recomendaba en una entrada anterior, Colapso, de Jared Diamond, se habla de la reintegración social y el abandono de las armas de unos violentos que cometieron crímenes. Fue en Ruanda, después de que masacraran en cerca de un millón de personas a la etnia rival, y ahora, años después, constituyen una nación de tenderos, taxistas y policías psicópatas, dirigidos por un gobierno de antiguos matarifes. Reintegrados pero, ciertamente, no reeducados.

Bueno, un abrazo, masculino (espero) y nada violento.

viernes, 26 de octubre de 2007

Mi Yo obsceno

Necesitamos, hoy en día, un Yo presentable, necesitamos construirlo, adornarlo, de manera consciente y premeditada, porque es la mercancía que más se demanda, porque es la mercadería que vamos a tener que vender en todo ámbito y círculo social en el que plantemos nuestro palmito.

Ya que los signos de los tiempos van cambiando, como dirían los discurseadores bíblicos, la presentación de nuestro Yo, de la parte exportable de nuestra personalidad, deberá mostrar una ineludible faceta mediática. En Internet podemos tomar ejemplo de muchas páginas personales, en donde se proyectan las extensiones y apéndices virtuales de los egos.
Son importantes, pej, los colores de nuestra web, sus enlaces y pijadas, sus gadgets, esos vínculos con buscadores y noticias, "news", para dar la sensación de que todo el universo se encuentra allí contenido y no necesitas salir.

La estética con que nos presentamos, los diseños adoptados con ese copypaste omnipresente, pretenden decir sobre nosotros más de lo que escribimos o verbalizamos, más de lo que por cultura, biografía o capacidad conceptual o estética, seríamos capaces de comunicar: "...Oye, no es que lo exprese ni que lo recalque, pero fíjate en el aspecto siniestro/psicodélico/cibernético de mi web, no soy símplemente el friqui inofensivo que imaginas, probablemente tenga un lado oscuro, forastero..."

Otro signo de los tiempos, en las narraciones personales internáuticas, es el desenfado obligatorio y la Cruzada Contra la Seriedad, "siempre frescos y divertidos".
Todos tenemos (y relatamos) un Yo plagado de anécdotas; que si un cerebro con dos neuronas, un desastre en nuestro cuarto, un aspecto físico sonrojante con ganas de que lo desmientan, un despiste e incompetencia, adecuadamente inofensivos, a la hora de los trámites sociales "...ays, con esta cabeza que tengo...", una pila de lectura imposible de acabar, que significa que no nos perdemos Nada de Lo Que Importa...

En nuestros informes sobre la salud procuramos contar lo espesa que tenemos la cabeza y todo eso, lo cual, por otra parte, es bastante lógico y precavido, je, je, a ver sino como justificaríamos el bodrio que acabamos de escribir si afirmáramos estar lúcidos y en plenitud.

Somos elásticos y desenfadados y nuestro criterio huye de absolutos y de la pretensión de que existan. Interesa más el impacto esteticista que la posible verdad, quizá porque se nos ha vacunado contra ella, porque parece equivaler a intransigencia y esta nos vuelve rígidos y vulnerables ante la comicidad, ante la exuberancia de los desenfadados. Hay terror a parecer un marmolillo y al mismo tiempo terror a parecer tonto, estamos pillados entre dos fuegos, dita sea.

Este Yo cibernético, prosiguiendo, lo es en tanto posea conectividad máxima, puertos de acceso, máscaras e interfaces a punta de pala. Se exhiben todas las identidades de mensajería, los blogs (más de uno si pueden ser), la prolijidad de nuestros contactos, plasmada en infinidad de links. Lo contrario de ello equivaldría a la falta de ojos, boca y pulmones para respirar, el símil de un organismo físico mutilado y con carencias.


Aunque lo parezca, no todo esto es obscenidad frívola y tonta. El poder proyectarnos en las redes es un adelanto social, es una ganancia lúdica. Es la posibilidad de diseñarte una personalidad, al tiempo que juegas con los diversos gadgets tecnológicos, aunque el mismo hecho de que la diseñes ya implica, posíblemente, una falsedad de partida.

Esta falsedad ya estaba presente, no lo olvidemos, en todo intercambio social desde los tiempos del Cromagnon, donde aquellos ancestros ya fingían y se pintarrajeaban, mentían y hacían teatro exagerado de lo que pensaban, aunque el hecho de verse cara a cara les dificultaba mantener la máscara a largo plazo.

Otra cosa es el rumbo actual de todo ello, el mayor alcance y los valores de crecimiento exponencial que se persigue dar a esa máscara eterna que hemos llevado siempre las personas.

Pasamos a ser, no el fulano simple de carne y hueso, sino un conglomerado curioso y complejo, detrás de ese nick y ese icono tras el que nos escondemos. Es la exhibición no de lo que hacemos, sino de como parecemos. El triunfo del homo ludens sobre el homo sapiens, toma pedantada, je, je.

Pues nada, un abrazo obsceno para todos.

lunes, 15 de octubre de 2007

Hombre come hombre

COLAPSO. JARED DIAMOND.

Aunque no hay nada tan fastidioso como escribir sin fundamento, el hecho de que quizá no pueda hacerlo en cuatro o cinco días me anima a comentar un libro, el de arriba, que todavía no he acabado, pero con algunos datos que ya me hacen alucinar.


El título es monumental, setecientas páginas casi, narrado a base de viajar y estudiar montones de datos y estrujarse las meninges para que luego aquellos tengan algún sentido. Nos lleva por varias culturas que desaparecieron una vez alcanzaron la cúspide y que abandonaron sus ciudades, que sus habitantes se sumieron en la barbarie y, literalmente, en el colmo de la presión por sobrevivir, se autofagocitaron.



No todos lo hicieron pero, al menos en los capítulos que llevo leidos, el impulso de saciar el apetito se colmó a base de algún desgraciado semejante que pasaba por allí en el peor momento posible. Ocurrió en e la isla de Pascua y también en el cañón del Gran Chaco, en el sudoeste de EE.UU, entre la cultura de los Anasazi, según documenta el análisis químico de excrementos humanos, que ya es pasión científica el buscarlos, uug.

El análisis de los mismos revela que contienen mioglobina, así como proteínas provenientes de la musculatura humana, cosa que no aparece siquiera ni en los casos graves de úlcera intestinal. Otras pruebas circunstanciales lo apoyarían, como las evidencias de cierta clase de descarnamiento de los huesos, cocinado de los mismos, etc.

Sí, también ha ocurrido y ocurre en multitud de pueblos antiguos y en situaciones desesperadas. Ya Marvin harris, pej, lo cuenta en Caníbales y reyes. En el libro que me ocupa, Diamond cuenta la anécdota de un colaborador suyo, en Nueva Guinea, que le dejó un día porque tenía que ir a comerse a un yerno suyo que había fallecido...

Lo que motiva su inclusión en el libro, es que estas prácticas son la culminación, el colofón de una serie dramática de carestías experimentadas por grandes volúmenes de población, pertenecientes a culturas que alcanzaron cierta brillantez en un momento dado.

Pero lo malo es que esta brillantez no bastó para que se percataran de varios factores letales, como el impacto medioambiental excesivo para la zona en la que vivían..

Pascuanos, Anasazi, Mayas, Vikingos en el Ártico y otros muchos, devastaron la masa forestal en la que vivían, sus ganados se zamparon los pastos, la tierra de debajo se fue a hacer gárgaras con la erosión.

Y para colmo, todas estas calamidades, muchas veces silenciosas, producto de la demanda de poblaciones cada vez mayores, encontraron el catalizador definitivo para el desastre en algún cambio climático traidor, documentado en pólenes, estratos, anillos de árboles, isótopos concretos, etc, y que terminó por apuntillar el panorama de agotamiento natural.
¿Acaso no nos suena toda esta letanía de agotamiento ambiental? ¿No nos llegan ecos de hoy mismo?

A través de los capítulos, la presentación de las pruebas, y el como se engarzan los diferentes factores, es de un ameno y claro que da auténtico gusto. Es historia, porque revela cómo las decisiones políticas de antaño motivan la relación con el medio ambiente, pero también es más que mera historia humana, porque hoy en día no se puede concebir la evolución de ninguna cultura sin estudiar el medio físico que la rodea y la infraestructura que la sustenta.

Pero ante todo, la lectura provoca unas imágenes, unas sensaciones que quedan, quizás nada tan mórbido y evocador como una cultura moribunda.
Esa isla de Pascua, otra vez, casi se siente la claustrofobia que vivieron ellos...

Toda una nación isleña que acabó con sus árboles y no podía ni construir una simple canoa, señores, todo por sacar sogas para elevar los cada vez más gigantescos Ahu, las estatuas famosas, a la mayor gloria de algún jefecillo megalómano. Que se quedó sin pastos y no podía ni comerse una cabra(o su equivalente polinesio). Que agotó la pesca. Que la tierra fértil se la llevó el viento al desaparecer la cubierta vegetal y ni siquiera podían plantar. Que la obvia conclusión de la búsqueda diaria de almuerzo era elegir a un enemigo para comer...

Y un insulto que luego contaban los últimos pascuanos a los misioneros: "...tu madre valía tan poco que hasta mal gusto dejaba al comerla..."
Por cierto, se hace tarde y el encargado de aquí me mira con mirada rara ¿Se habrá saciado, alimentariamente, esta noche?

Un saludo decadente y hambriento a todos.




jueves, 11 de octubre de 2007

La incompetencia que nos consume

El principio de Peter. Laurence J. Peter

Por doquiera que miramos hay meteduras de pata, improvisaciones, errores, fallos de cálculo, etc. El mundo de la gestión pública de todos los días, el papeleo, es una portentosa feria de incompetentes, eso lo sabemos todos. El reto ha sido siempre saber porqué.



La mancha llega a todas partes: campings que se plantan en zona de riadas; puentes de mil doscientos metros que se caen; los teléfonos de atención al cliente funcionan de manera que terminas desquiciado cuando les llamas; las subestaciones eléctricas se pasan años sin revisar hasta que un día fallan y dejan media ciudad sin energía.


Toda esa incompetencia, por sí sola, ya sería bastante enojosa aunque solo se hallara limitada a las obras públicas, la política, los viajes espaciales y otros campos igualmente remotos de la actividad humana. Pero no existe tal limitación. Se encuentra también a nuestro lado, constituyendo un omnipresente y pestífero fastidio.

Mientras escribo esta entrada, en el ordenata público del ciber de un pueblo pequeñito, una monada rural perdida en una especie de valle de Irás y no Volverás, estoy escuchando como habla y habla por teléfono a la mujer de un piso que hay pegado al ayuntamiento. Puedo oir todas y cada una de sus palabras. Son casi las doce de la noche y el hombre de la otra casa contigua está acatarrado, habíendose acostado temprano y obsequiándome, involuntariamente, con la claridad de sus toses y ruiditos de garganta.
Pero es que, cuando se da en la vuelta en la cama, oigo chirriar sus muelles. Esto es el ayuntamiento y las casas contiguas tienen una cierta calidad ¿Que es lo que ha fallado en la gente que las construyó?

En realidad se han propuesto teorías a tuti plen. Los viejos ateos comecuras culpaban a las iglesias: "...adormeciendo al pueblo con fábulas de un mundo mejor y distrayendo su atención de las cosas prácticas..."

Los eclesiásticos a veces culpaban a los mass media "...muchas distracciones de la vida moderna alejan a las gentes del recto pensamiento..."

Los sindicalistas culpan a la clase empresarial "...con salarios de miseria resulta cínico esperar que la gente se tome interés por su trabajo..."

Los freudianos culpan a la represión temprana de los impulsos sexuales, que engendra en el individuo un deseo inconsciente de hacer las cosas mal.

Los antiguos romanos, creo, decían lo de errare humanum est.

Una multitud de explicaciones diferentes es tan frustrante como la ausencia total de explicación. Hacía falta el trabajo clave de un estudioso, un lúcido heroe del análisis, solo que esta aportación, en su ya remoto momento, fue presentada en clave irónica y como si fuera un libro de humor. Estaba basado en un principio, el de Peter (su nombre):

"En toda jerarquía, los empleados tienen tendencia a ascender hasta su nivel de incompetencia"

Sí, si, después ha venido toda una vasta producción editorial que gira en torno a leyes de Murphy y demás, pero este fue, con diferencia, el primero y ofrece, frente al supuesto principio de Murphy, la ventaja de ser empíricamente contrastable.

Al principio despistó, por su presentación satírica, pero no se podía obviar su finura analítica y su preciso estudio del funcionamiento organizacional. Nos viene a decir, básicamente, que alguien puede ser un buen cartero pero que, si permanece mucho tiempo en el cuerpo, se corre el peligro de que alguien se fije en él y lo nombre jefe de carteros, puesto para el que puede mostrar cualidades nocivas y letales, encontrándose con una chaqueta demasiado ancha para su persona carteril, y abocando a un completo desastre todo el reparto de cartas en la zona.

Aquí, en la España castiza, siempre hemos tenido presente la anchura excesiva de ciertas chaquetas para ciertas personas pero, como siempre, hacía falta un anglosajón para ponerle nombre técnico y aplicarlo, de forma amena y brillante, eso sí, al funcionamiento de las burocracias.

Aunque desde luego, la acción del principio no es, ciertamente, amena ni brillante sino, por contra, insidiosa y devastadora. Los incompetentes de Peter, los ascendidos patológicos, arrasan empresas, ecologías, relaciones humanas y políticas, inversiones y proyectos colectivos. Para colmo, manifiestan una nefasta deriva en su comportamiento, semejante a un virus, ascendiendo a otros mostrencos semejantes a ellos, contribuyendo a la metástasis imparable del desastre.

Desde el terror que me produce esta sociedad peterianamente incapaz y, recluido en mi exilio rural temporal, os envío a todos un abrazo torpón y, obviamente, incompetente.

martes, 9 de octubre de 2007

Perdido en Ruralia


Sin PCs, tan solo con Internet a velocidad básica en el ayuntamiento, sin centros comerciales ni tiendas de ningún tipo, prácticamente, solo una farmacia que abre algunos días, los mismos que viene un médico generalista a pasar visita a este lugar.

El paisaje humano muestra un envejecimiento notable y tiende a juntarse cerca del único bar. Levantas la mirada y solo divisas un paisaje de montaña, que debes de recorrer todos los días, por carreteras infectas, con curvas que parecen rizos de pelo. Al recorrerlo llegas a otras poblaciones de parecido pelaje. Es la forma de vida de un montón de españoles, generalmente de cierta edad, en enclaves aislados que semejan un viaje, no diré que a principios de siglo XX, pero sí que a los años 70 de este.

Los avances de la telefonía móvil, en uno de estos pueblos, solo se disfrutan en cierto punto de las afueras, donde existe la cobertura necesaria.

Aquí lo más importante es la salud, enfermar solo de cositas leves, porque las graves exigen el precio de kilómetros de carretera, a otras poblaciones con hospital.

En esta "no man,s land", esta tierra de nadie, este agujero tecnológico y urbano, es donde voy a estar por motivos de trabajo de vez en cuando durante este año, lo cual me impedirá la regularidad bloggera que desearía, aunque por supuesto que seguiré participando, faltaría plus.

Podré apreciar las ventajas del cuasiaislamiento tecnológico junto con el generacional, estas últimas más bien dudosas. Hablar con los mayores de por aquí, es como una excursión por el NO-DO, una clase de antropología pedestre y a pelo, sobre el efecto que harían los tiempos actuales en personas no actualizadas, je, je.
También es una invitación (forzada) a asaltar la pila, combinando este asalto con la exploración de la comarca, con paisajes espectaculares.

Un abrazo desde el pajar.

sábado, 6 de octubre de 2007

La tecnología cotorra.


La digital, claro, la Internet nuestra, la que salió de Arpanet, el proyecto del pentágono y el sector que, además, se lleva casi toda la inversión y la fanfarria publicitaria. Cambia tanto que te quedas rezagado a las primeras de turno. El ordenata rumboso que te compraste, pronto se queda obsoleto y superado; aún peor, hay aplicaciones que ya no corren bien en el.

La proliferación de cachivaches desborda mi capacidad de adaptación, lo confieso. Gente más joven que yo me supera, pero a ellos les acabará pasando lo mismo, je, je, tiempo al tiempo...

Y hay una razón para ello. Este desarrollo no tenía que llegar ¿Acaso dijeron algo los padres fundadores de la cifi? ¿No hablaban ellos, por contra, de naves y estaciones espaciales, nanotecnología proteica, dominio del espacio y el tiempo, genética correctiva, etc? Pues si no dijeron nada de todo ello es que no procedía , ale...

Ellos proyectaban un desarrollo en vertical, nunca mejor dicho, capacidad de poner toneladas en órbita y proyectarlas lejos, hacia arriba, superar el pozo gravitacional como yo supero las escaleras de mi casa. Y de eso nada.
Los adelantos de los últimos 15 añitos van en una dirección más bien horizontal y para nada tangible: se trata de intercomunicar la superficie terrestre, gestionando y enviando la máxima cantidad de símbolos posible en forma de bites, unos y ceros.


Cuantos más símbolos más información, lo cual no debe confundirse con asimilación. Aprender un idioma extranjero, así de nuevas, no se ve facilitado por todo ese torrente simbólico en mayor medida que antes. Lo mismito se puede decir de cualquier carrera, se necesita el contacto con la habitual jerarquía vertical, la de siempre, textos y sobre todo profesores, la contraparte inevitable sin la cual no hay aprendizaje real.

Lo que sí que hay es una enorme capacidad de cotorreo y cháchara como nunca en la Historia, así con mayúsculas. Se ha generado, merced a la alianza de software y servidores, un gigantesco patio virtual de vecinos, una peluquería desmadrada de 24 h, un mercadillo o bazar, como queramos, donde se exhiben cuerpos desnudos, soledades narcisistas, deseos de compañía, mercadería tocapelotas, timos de la estampita y más, mucho más.

Esto es lo que va a marcar esta época, el acceso de las plebes, de todos, a la plenitud editorial. Ningún fulano sin su hiperdocumento, sin su página o blog. Va ser la exposición de idiosincrasias más grande desde el ágora griega. Sí, si, ya me se todo eso de la administración electrónica, bibliotecas online y blablabla, pero eso es la excusa, el envoltorio. Lo que realmente importa es que la cacatua mayor del barrio va a tener plaza de honor en el ciberespacio, que la Pepi edita un blog y que las tonterías (como esta mía, seguramente) van a saturar las bandas anchas y las estrechas.

A la cosa ingenieril y mecánica, a la proyección de máquinas más allá de nuestros cielos, le ha entrado el temible virus de más pequeño, más sencillo, más barato o algo parecido que dice la NASA, por cierto muy cerquita del bueno, bonito, barato del mercadillo del barrio, que cosas piricosas. Habrá que esperar al próximo cambio histórico.

Saludos cotorras.

jueves, 4 de octubre de 2007

¿Y el Espacio donde fue?

Sí, cincuenta añitos hace, y yo también quiero sumarme al recordatorio general que se hace por todo medio digital y en papiro y, faltaría más, hacerlo con la foto del Sputnik ese, descargable hoy en toda la Internet esa tan moderna.

Cincuenta añacos hace ya que lanzaron la bola metálica esa, tosca pero funcional, a la manera hojalatera de la astronáutica soviética de los inicios. Y aún más tiempo ha pasado, todavía, desde que la literatura se puso a anticipar lo que serían nuestras vivencias, las de todos, en ese espacio que parecía de pronto el patio de mi casa que es particular, de lo cerquita que se les antojaba.

Como no ha sido así, como nos portamos con la Luna como crueles amantes, dejándola con las ganas una vez que parecía que la desposábamos ( no se, cinco o seis expediciones hubo, no recuerdo) la decepción ha sido de órdago.

Por culpa de ello, sí, por culpa de eso, tomó la alternativa otra ciencia ficción más humanista, así como otras blandenguerías sublimes, que pretendían que el espacio interior, los personajes ¡¡ eran más atractivos!!, será posible, que atrevimiento, marginar las glorias ingenieriles, dioss. Que las zozobras espirituales de un Sevek, en Anarrés, eran más interesantes que las intrigas galácticas, pandilla de amapolas...

Con lo felices que se las prometían los entusiastas campbellianos, los lectores tecnócratas, los que elegían ciencias en los institutos, (y las aprobaban con nota), los que compraban el Muy, los que disponían de patios traseros en casa para probar con cohetitos, los que se aclaraban con los almanaques astronómicos...

Todo ello ha sido una lástima. De pronto, intelectuales repelentes y pensadores comprometidos (aaaj) proclamaban que los problemas en nuestro planeta eran más importantes, ja ¡anda ya! será posible...

A ver si aprenden, esos Señores con Los Pies en Tierra, que si lees algo de esos temas es para evadirte, para despegar de la butaca, que si lees algo que pasa en Antares es porque pasa en Antares. Si luego miras otras cosas, lo haces más bien obligado por esa presión hostil e intelectualoide, que ridiculiza todo lo que sean naves, imperios galácticos, extraterrestres, colonias extrasolares, etc, con una maldad inconcebible, propia de los que suspendían química.

Y el caso es que, inevitablemente, leías otras cosas. Y te gustaban. Y apreciabas una mejora en la degustación literaria y tal. Y te oyes elogiando historias que te han emocionado, ¡tienes emociones! je, je, pensabas que le ocurría a otros. Pero no cuela y el paraíso perdido no vuelve.

De nada le sirvió a muchos aprenderse nociones coheteriles, atmosféricas, cosmológicas, exobiológicas, así como geografía marciana y demás, mientras los demás hacían ferozmente el amor por ahí y experimentaban la autenticidad de sus sentimientos.
Total para qué, si tu sociedad ya le dió la espalda a esos conocimientos y solo sirven para los cuatro pringaos que se entuban en la ISS, esa estación espacial que casi nació obsoleta.

Saludos desde mi pantalla.

martes, 2 de octubre de 2007

El Dr. Laing y la indefensión de mi persona

La llegada se efectúa en medio de un caos de gente y ruido y en un estado de debilidad física y mental. Muchas veces lo hacemos a bordo de vehículos ululantes, en medio de compuertas que se abren, con lo que el escenario de la entrada ad inferno está servido.

Te colocan, a continuación, un código de barras en la muñeca, se te pregunta por tus sensaciones corporales más íntimas, te suben a una silla de ruedas, ¿Qué, nos parece poco como agresión inicial?

Pues aún hay más; nos llevan a una sala denominada de "triaje", donde tendremos ocasión de juntarnos con más personas con la muñeca etiquetada y que relatan diversas odiseas alienantes, mientras hacemos frente a una espera larga e indeterminada, que termina cuando nos llaman para interrogarnos.

La entrevista subsiguiente se produce asumiendo nosotros un estado despersonalizado, en el cual no importan nuestros sentimientos sino tan solo ciertos síntomas corporales muy específicos.
Estas señales nuestras, tan íntimas, serán juzgadas con baremos que no nos pertenecen, por personas a las que parece molestar cualquier atisbo de humanidad concreta por parte nuestra.

Una vez las hayamos contado, alea jacta est, cruzamos el Rubicón, ya no podremos ejercer el más mínimo control sobre nuestro tiempo personal. A partir de ese momento, seremos despojados de nuestras ropas para vestir otras más toscas, con el detalle de que permiten el acceso libre a partes variadas de nuestra anatomía, por parte de terceros no afectados por el protocolo social habitual.
Se rompe así, la barrera protectora que representa el vestuario personal y, por ello, nuestro organismo pasa a ser de dominio público.

Para rizar el rizo, nuestra movilidad se ve limitada seriamente con la confinación forzosa a un habitáculo con numerito y se nos impone un biorritmo mecanizado; nuestras secreciones podrán ser demandadas a horas intempestivas y el alimento se nos suministrará en un intervalo de tiempo prefijado.

Desaparecerá, asimismo, la intimidad del sueño nocturno, al igual que el derecho a conciliarlo ya que, multitud de operaciones nocturnas y ruidosas, que incluyen el allanamiento ocasional de nuestro habitáculo, harán que nuestro sueño se parezca, más bien, a un coitus eternamente interruptus.

La experiencia tan estresante que, como habréis adivinado, no pertenece al ingreso en Auschwitz ni a una abducción alienígena, sino a la entrada por urgencias en un hospital de la SS (vaya iniciales, glabs) es uno de los extremos, uno de los traumas principales de la vida cotidiana de los peatones modernos.

Es un tributo que hemos aceptado pagar, pero que a muchos ha traumatizado y marcado sus vidas, con un recelo y una paranoia hacia la profesión médica difíciles de borrar. Los propios profesionales del sector, muchos de ellos, hacen lo posible por aliviarlo, pero no todos, ay.
Pensé en ello durante estos días, acompañando a un familiar que, afortunadamente y al poco tiempo, salió con el alta, loados sean los dioses de la medicina.

Quien no paraba de denunciarlo, aunque en el ramo más sórdido, eso sí, de las urgencias psiquiátricas, era aquel psiquiatra tan peculiar llamado Ronald Laing. En libros como Razón, demencia y locura, El Yo y los Otros, El Yo dividido, La voz de la experiencia, etc, abogaba por la desaparición de las barreras y el etiquetado entre nosotros y "ellos", los trastornados mentalmente y que, debido al aislamiento, los corsés sanitarios, los tratamientos agresivos, la cultura médica orientada al estigma conceptual respecto de la enfermedad mental, jamás alcanzaban una integración total.

No por ello idealizaba la condición de enfermedad mental ni negaba su sufrimiento e incapacitación reales.

Algunos seguidores suyos, más extremistas, sacaron de quicio el movimiento de la antipsiquiatría y lo convirtieron en sinónimo de excarcelar "locos", cosa que el solo recomendaba tras cuidadosos y pormenorizados estudios de cada caso.

Son reflexiones que te vienen cuando miras esas microsociedades de castas que son los hospitales, con sus doctores, enfermeros y enfermos y sientes la agresión mecanizante que supone entrar como materia prima.