miércoles, 23 de diciembre de 2009

Saltar con los pitufos azules


Avatar. 3d. Como no.

Lo de los pitufos lo mencionaba Peter Watts (creo), en una entrada suya referenciada en Prospectiva, cosa que me ha hecho bastante gracia. Por lo demás, no se puede sino coincidir con otras opiniones en que es una película palomitera, con un esquema tan clásiquete que hasta lo adivinaba un chavalín que tenía sentado al lado.

Resonancias con la literatura fantástica y de cf las hay a punta de pala. Rafa Marín, en su blog, nos encuentra un montón y da que pensar sobre lo poquito que ha trabajado el departamento de guionistas de este film. Mas bien, parecen la sección de cocina, de tanto refrito de ideas ya publicadas, aay, pobrecitos, como se habrán estrujado las meninges...

Aquí, lo novedoso -bueno, no tanto, ejem- es la inversión tecnológica y financiera para crear un mundo psicodélico y de colorido alucinógeno. Los que han currado como termitas han sido los operarios tecnológicos, los magos visuales, los digitalizadores monstruo. Estamos abocados culturalmente al escapismo de élite y de altos vuelos y cada vez demandamos simulaciones más completas, con más píxeles y con mejores texturas.

No hay mayor contraste con el orbe supercromático y casi palpable de la pantalla que girarte un momentito y ver los caretos del público con las gafitas puestas. Tiene este universo ficticio que visionas mas atributos de realidad que esa sala llena de entidades sentadas y en comunión momentánea con un lienzo.

Hay en el planeta Pandora más color, luz, movimiento e inmediatez que en cualquier jornada cotidiana que vivamos durante una semana normal. Por eso pagas por verlo (y por si acaso cayera, por fin, Esa Buena Historia que Ansías, pero bueno...) Si nos fijamos, las jornadas laborales -y a veces hasta las familiares, je, je- son filtradas selectivamente por la atención, solo nos interesa lo que se sale de lo normal, por si hiciera falta intervenir.

En Pandora no. En orgías perceptivas como esta procuras abrir todos los orificios sensoriales que posees, para adaptarte a la inmediatez de ese medioambiente lujurioso, tal y como haría un chamán primitivo colocado de peyote hasta las cejas. Te gustaría saltar con esos primos de zumosol de los pitufitos clásicos que son los navy, de rama en rama y sin arrearte ninguna colleja, en vez de patearte anónimamente las aceras de todos los días.

Pero mencionaba anteriormente al chamán, porque el nos lleva ventaja. Cuando se colocaba de ayahuasca o algún otro vegetal poco cartesiano y por la cuenta que le traía, por lo general procuraba volver con alguna directriz sobre los temas que preocupaban a la tribu. Ni podía ni tenía ocasión de copiar al hechicero de la tribu rival.
No como James Cameron, el director del film. Este nos ha plagiado a tantos creadores anteriores de sueños que hasta da un pelín de verguenza ajena. Eso sí, ponerle pintura al paisaje se le da de cine, nunca mejor dicho.

Un saludo cromático pero sin saltitos.

sábado, 12 de diciembre de 2009

El platillo de mi vida.

Una entrada muy sabrosa del guadianesco y reaparecido Knut me ha recordado lo que significaba el misterio ufológico para mí. Era el colmo, la leche en bote. Cuando adolescente seguí una especie de alerta ovni por la radio y me parecía estar asistiendo a la llegada inminente de las naves de la Cultura, las que molaban, las de Banks. Efectivamente, en esos niveles de mariposeo cultural se movía uno, aiis...

Devorabas ciencia como lector y adorabas la divulgación como seguidor interesado. Y al mismo tiempo no parabas de ponerle velas al diablo, porque mantenías una remota esperanza de que alguna Sección de Contacto alienígena, de vete a saber donde, nos hubiera elegido para amenizarnos la vida. Era toda una demostración de la contradicción inherente a la naturaleza humana.

Y el paso de los años se encargó de demoler cualquier traza de misterio que pudiéramos haber encontrado en esos supuestos artefactos inexplicables. Las huellas físicas resultaron ser espurias y los testigos militares, el colmo de la confiabilidad, no podían ofrecer nada, mas allá de un reporte oral y de la petición de fe en su credibilidad.

Los informes finalmente desclasificados por las autoridades arrojaban tal jarro de agua fría que los escritores y editoriales que vivían del tema contraatacaron con saña, alegando manipulaciones y sacando fallos oficiales, que los había, claro que sí.

Pero eran fallos provocados e inducidos por ciertos apóstoles de la racionalidad escéptica más aburrida, por sus manejos y por sus ganas de aparecer como una especie de asesores espirituales de los militares. Eran manejos que los situaron en posiciones ridículas. Los militares, visto que el tema no constituía amenaza alguna para la seguridad, aparcaron el tema, no sé si con negligencias varias, pudiera ser. Pero eran coladuras de tipo burocrático, cacicadas varias, desprecio por el asunto...

Pero ¿y que? ¿Que prueba esto, salvo la falta de sentido del ridículo de algún que otro cientifista implicado en el tema? Nada. No probaba nada y el "residuo inexplicable" tan traído y llevado, la proporción del cinco por ciento o así de casos raritos, sigue sin aportar la suficiente masa crítica. Miras en la noche los cielos y ves algo extraño y para de contar. Y si es extraño es porque en muchísimas ocasiones resulta imposible precisar y definir lo que ves.

Pero un montón de casos sin explicar, aunque sean lo más opuesto a una categoría factual definida, sí que pueden constituir una especie de reservorio espiritual para provocar sensaciones. Se trata de dejar la miel en los labios, que ya se encargará nuestra psique de quedar debidamente fascinada. En estos últimos años, el despegue de Internet y las nuevas tecnologías relanza la difusión del tema pero ay, cuidadín, porque puede suponerle su golpe de gracia final.

Los supuestas imágenes resultan mas imposibles de creer que nunca por la facilidad actual para falsificarlas, los testimonios ridículos asociados a ellas provocan cada vez más el bochorno en propios y extraños y el tema empieza a adquirir un aura de rechifla unánime . Y hace años que no aparecen casos ni libros "importantes" sobre el tema, tan solo realitys mediáticos sobre bufonadas asociadas, dado que el tema "padre" está caput.

El "fenómeno" ovni ha muerto por incapacidad para alcanzar el orgasmo, por gatillazo definitivo y por ser huidizo hasta la médula, como solo puede serlo una amalgama de peras con tomates unidos por la voluntad de creer.

O por la incapacidad para contradecirlo ¿quien puede probar la inexistencia de algo? Asco de racionalidad. Al próximo escéptico a piñón fijo que me cruce lo archivo en .trash.