lunes, 3 de marzo de 2008

La maldición del tiempo


Además del tiempo cosmológico que nos contiene habitamos un tiempo personal que nos condiciona. Bueno, no es tanto el tiempo como la estructura organizativa del mismo en función de los quehaceres cotidianos, esa lacra, esa pesadilla, ese invento de algún castrado para el hedonismo, de esos que asesinaron al homo ludens y elevaron al homo faber.

Por culpa de los quehaceres dichosos debo estar exiliado de mi ciudad, mi vida social, mi ordenata, los cines, las compras compulsivas, el ruido de los coches, las minifaldas, etc, durante cinco días a la semana, en un enclave rural boscoso que se asemeja a una zona desmilitarizada y clasificada dentro de un expediente X. Habitarla me está produciendo un agobio semejante al de la convivencia forzada en los programas de telerrealidad, me siento como el Jack Nicholson de El Resplandor, con impulsos homicidas larvados hacia los semejantes rústicos que me rodean.

El fin de semana, cuando llega, se convierte en un quiero y no puedo, en mil historias para concluir sin poder. Menos mal que todo esto solo durará hasta junio, cuando espero poder volver a la apacible mediocridad de mi vida urbanita, donde reinan las zapatillas de estar por casa y la molicie más atroz e improductiva. Bueno, cuando regreso del curro, je, je

En algún momento se decidió, por lo del tiempo ese y a raíz de las necesidades litúrgicas de los monasterios del norte de Europa, para saber la hora del rito y tal, el desarrollar relojes mecánicos eficaces, ya que en invierno los de agua se congelaban. Así pues, en el siglo XIII nacieron los relojes mecánicos de pesas.

El maldito invento de las narices se expandió como las pestes de esos siglos y pronto obreros textiles y diversos gremios regulaban sus ciclos por medios externos y ajenos a ellos.

Los industrialistas agudizaron todavía más el asunto. Cambiaron la percepción individual del tiempo mismo. Antiguamente, el trabajo se definía por la naturaleza de la tarea y las fases estacionales de la producción establecían el ritmo vital, alternando periodos de intensa labor y otros de ocio, pero ahora en las fábricas, el trabajo era sólo cuestión de cuantas horas se empleaban en el y cuantas unidades se producían. Un predicador metodista de la época señalaba:

"...me he dado cuenta de que la maquinaria induce el uso del cálculo en las gentes..."
Je, angelito mío, lástima no le metieran el metodismo ese por donde nunca sale el sol, en fin...

Pues eso, se impusieron las tarjetas y registros de puntualidad, así como cronómetros, vigilantes y multas por retraso; el reloj de la fábrica solía estar encerrado de forma que nadie pudiera alterarlo.
En 1770, un defensor de este sistema cabroncete, William Temple, partidario a lo que se ve del sadismo social arriba-abajo, afirmó que los niños pobres debían ser enviados a los cuatro años a ciertos talleres ocupacionales, donde recibirían dos horas de clase y que debieran estar ocupados por lo menos doce horas diarias:

"...porque así, cuando crezcan, estarán acostumbrados a la ocupación y productividad continuas..."

A finales del siglo XIX, los efectos de este golpe de estado temporal y ocupacional habían configurado un mundo nuevo, un valiente mundo feliz. La vida de los trabajadores estaba ahora dividida en intérvalos ordenados ya que era necesario adaptarse a las máquinas. Y son estas las ganadoras o, al menos, el espíritu mecanicista y mecanizante.



De todos estos detalles habla un fascinante libro, Del hacha al Chip, que pese al título no tiene nada de canto triunfalista sobre del progreso y sí, mas bien, de balance de pérdidas y ganancias, de hallazgos pero también de despedidas irrevocables. Y el simio de la portada es encantador.

Mi ganancia personal, en este caso, sería mi capacidad de gastar para consumir, de hecho, antes de dejar de consumir alguno que otro quizá hasta mataría, todo por no salir del trance de la compra continua y de certificar que estás a la moda. Sobre este trance, este estado de consciencia que llevamos puesto los urbanícolas modernos, que consumimos no solo objetos sino también sensaciones y autoimágenes siempre cambiantes, habla Zygmunt Bauman en La Sociedad líquida, otro ensayo de los que hacen que te desangeles. Eso sí, como buen consumidor líquido al acabarlo puedes aparcar la desazón y seguir como antes.

Como llevo a cuestas la condena del escaso tiempo libre, las entradas de este blog son tan exiguas como el agua en nuestros pantanos, y se me ponen los dientes largos cuando leo el material y las participaciones de los amiguetes blogosféricos. Intentaré no perder la comba. Un superabrazo perezoso y nada productivo a todos.

pd: pensaba citar El derecho a la pereza, pero no recuerdo el autor, en este pueblo estoy perdiendo la memoria...

4 comentarios:

Errantus dijo...

Tiempo, tiempo... ese destructor de la paz que nos tiraniza y desecha a gusto. Lo peor es que cuando te acostumbras a su esclavitud te transformas en un masoquista que, cuando no tiene el yugo del amo encima, se muere por regresar al tormento. Al menos a mí me pasa.
Tras meses de correr como loca, de nuevo tengo todo el tiempo libre del mundo, y no se que hacer con él. Me pasa como a los conejillos de indias de Nosotros, acostumbrados a tener reguladas cada una de sus actividades y cada uno de sus días, cuando les dejan a su libre albedrío y sin obligaciones, se descontrolan por completo y se acaban tirando al río. Por suerte aquí no hay ningun río cercano. ;)

Pues nada, no desesperes, esto no se acaba hasta que se acaba, y entonces podrás disfrutar una vez más del demoníaco tráfico y ritmo de la ciudad todos y cada uno de tus días. XD

Besos. Y es un placer que escribas de nuevo.

Knut dijo...

Haces extensivo tu desasosiego, al menos también a este lector tuyo que soy... uno se siente casi como una abuela temerosa de que su nietecito haya caido en la droga, la prostitución o el periodismo.

De todas maneras se hace difícil pensar que el pueblo en el que estás en términos que no sean kingnianos. ¿Cual será el Mal que habita en él? ¿De origen lovecraftiano -de resultas de lo cual te volveras irremediablemente loco, cuando no violador de pescado-, una comunidad de viejos que mata a todo joven que ven? ¿Asesinos devoradores de urbanitas, prestos a sorberte el cerebro en las primeras de cambio?

Porque imagino que algo más habrá, además de la pérdida de tecnología y las comodidades en torno a tocarse lo que cuelga. A mi al menos la idea de estar entre semanas fuera de todo esto, perdido y, especialmente, solo, es algo que con toda franqueza supera con creces cualquier fantasía de origen lúbrico o monetario que pueda tener.

Por cierto que me ha hecho gracia lo de homo faber y homo ludens, ayer mismo discutía sobre lo corta que se queda la definición de humanidad desde la perspectiva del homo faber, el racional y la muy bonita idea new age de que el homo emoticon (jejejeje) es el que los engloba todos, armonizándolos en un Porque Tu Lo Vales Universal.



En cuanto al tema del tiempo... tienes toda la razón. Cuando de adolescente me enteré que en Roma según el barrio en el que estubieras era una hora u otra me pareció una de las ideas más bellas imaginables. Ahora te salen relojes por todas partes, desde que enciendes el ordenador (añoro los Viejos Tiempos en los que podias alterar la hora a conciencia, sin esto de que el puto se concecte a internet para actualizarse solo) hasta que abres el móvil, pones el teletexto, el frigorífico, el jodido microhondas.

Resulta casi cómico, aunque el concepto que me viene a la mente es aterrador (¿vale un payaso mimo como ilustrador de mi sentir?), que la cultura que se ha inventado eso del Tiempo Lineal, eso de que Todo Va Hacia Adelante Eternamente, haya conseguido desvalorar de manera tan absoluta ese concepto precioso que es el Tiempo. En base a medirlo además.

Las culturas antiguas tenian la sana manía de verlo todo en términos circulares. Es una idea que siempre me ha gustado mucho, enormemente atractiva y de sentido común. ¿No cambia todo circularmente? Desde el día a la noche, las estaciones, los años. Todo es un volver sobre lo pasado. Desde ahí además todas nuestras atrocidades como seres humanos incluso tienen una perspectiva menos árida, menos angulosa. Pero con El Tiempo Lineal todo es diferente.

Porque lo que viene es necesariamente novedoso y lo que se va lo hace Para Siempre. Cada momento que pasa debería ser ensalzado como algo precioso y único, pero en lugar de eso la cortedad de miras hace que lo homogeniecemos en trocitos impersonales, de modo que al final ni siquiera te queda la consideración de que cada segundo viene sudado por miles de repeticioes, es decir, dignificado, divinizado. No, troceamos al tiempo para homogeneizarlo, para poder verlo todo desde la perspectiva de la Igualdad. Pero fundamentalmente dividimos el tiempo del Otro para poder así disfrutar del tiempo propio, así que troceadito es más fácil hacer entender que no te pertenece, de hecho joder tío te pagan por él!

Y al final aquello que te servía para considerar la singularidad de tu existencia pasa a ser una Tarifa de Muchos, una forma de trocear fácilmente una nómina...

Ains!!!

Un abrazo de oso gigante, querido compañero, se te añora tela marinera en las ausencias ¿Lo ves? En lugar de celebrar la presencia, contabilizo con pesar tu ausencia... que occiental soy, joer! ;)

Anónimo dijo...

Interesante lo del cambio del homo ludens al homo faber. Cada día que pasa estoy más convencido que eso "del sudor de la frente" ha sido una genial idea de quienes han querido que la población esté por completo alienada.

A ver si cuando acabe ese exilio te leemos más. Un cibernético abrazo.

francissco dijo...

El tiempo es una cosa que nos debería pertenecer por completo pero nos la han hurtado vilmente.

Sin embargo, en el pueblo en el que curro, los jubilatas mayorcitos han accedido a una dimensión superior, donde disfrutan de las horas del día en toda su plenitud...si es que en un lugar de 145 habitantes es posible plenitud alguna no contaminada por el aburrimiento mas inmisericorde.

Errantus se queja del fenómeno de la falta de estructura, en este caso del tiempo libre. Yo, quizá por las circunstancias actuales, abomino de toda ordenación temporal pero no tengo más remedio que comérmela con patatas.

Estoy en estos momentos, al menos en mi interior, tentado de sucumbir a las fuerzas de mi inconsciente, a la manera de Ballard, e internarme en estos bosques interminables de la Sierra de Espadán, para retornar con un talante siniestro y kingniano al pueblo como señala Knut, je, je. Es posible que lo escucheis en el futuro próximo en alguna sección de sucesos, no se...

En venganza, me consta que de la ciudad les traje la gripe y se la pegué a varios, no se si algunas miradas raras se deberán a eso...