domingo, 23 de mayo de 2010

La empresa orwelliana.


Los años que puedas llevar en una empresa son como el polvo de una habitación. En el momento más inesperado pueden ser barridos junto a tu salario, tus proyectos de vida, tus compromisos de pago y tu estabilidad mental, ya puestos.

Esta semana hemos vivido episodios parecidos a la inquisición en el lugar donde trabajo, una multinacional líder mundial en su sector, momentitos breves pero intensos que luego contaré.

Pues bien, tal y como decía son líderes, desean seguir siéndolo en todos los sentidos y uno de ellos es la tabulación y rastreo continuo de lo que hacemos los curritos. Han instaurado el control absoluto de la navegación por Internet y te preguntan cuando visitas sitios no justificados. No es ninguna novedad, ciertamente, el seguimiento hoy en día de las llamadas telefónicas en horas laborales y para ello, y para el control de los ordenatas, han contratado los servicios de una agencia norteamericana especializada, toma globalización, ale.

Sencíllamente, han implementado un firewall del copón y una censura al estilo pekinés para todo lo que salga  por las líneas. Está claro que no llamaremos a los coleguis, porque nos la jugaríamos, en ese sentido ahorraran en factura telefónica y nosotros en saliva.

Pero esto es andarse por las ramas, naa, poquilla cosa. De vez en cuando y porque les sale del pìto, organizan reuniones de trabajo  -muy eficaces para que el tuyo  quede abandonado y se ralentice-  donde analizan las "interacciones y comunicaciones cotidianas". Se refieren a las comunicaciones por email interno y su resultado ¿Que se busca con ello? Aparentemente, comprobar si después de comunicar algún posible fallo o error a alguien de otro departamento la cosa se queda en agua de borrajas y porqué.

Pero también es una excusa para cotorrear todo lo que nos decimos entre nosotros, quienes nos relacionamos más y para qué lo hacemos. Ya nos han dicho, con el  pretexto de mejorar la "funcionalidad", que las comunicaciones del correo empresarial serán estudiadas, cosa que por lo visto la ley permite y a tí te hacen firmar en un documento.

En tu departamento, pej, ves a tus compañeros físicamente, pero el resto de la empresa es territorio vedado. Todo movimiento hacia esas personas que no ves se considera sospechoso y las llamadas telefónicas internas se escapan, menos mal. Eso sí, te animan a que las vayas detallando en las reuniones que comentaba, más propias de la Stasi de la antigua RDA que de una democracia moderna. La supuesta razón es que se fomenta "la comunicación y la eficacia". Teóricamente, no plantean nada ilegal, ya que todo se refiere a asuntos de trabajo y para nada personales.

Y tendrán razón, pero la atmósfera a veces es agobiante y, francamente, dudo de la eficacia real. Puede que tengan miedo a que nos chivemos de algo a la competencia, de ahí la centralización obsesiva por parte de la dirección en España, situada en otra ciudad. Para rematar, ya sufrimos un E.R.E hace unos meses y ahora hemos sufrido otro, reduciendo la plantilla en un cuarenta y seis por ciento al final de la corrida, para mayor gloria de las cifras y de los gráficos.

La forma de escapar de la escabechina fue realizar una confesión total ante la gerencia y que esta te absolviera considerándote necesario (por ahora). Lo que se confesaba era la totalidad de lo que hacías al cabo del día, todas tus tareas, cuando las emprendías, quien te dijo que las hicieras, porque priorizabas unas cosas y no otras. El mayor pecado era que encontraran trabajos redundantes, labores que ya hiciera alguien por otro lugar de la empresa o, incluso, de otra delegación. Entonces aplicaban las tijeras  y procedían a la poda del desgraciado.

Pues bueno, hasta aquí y por el momento los lamentos y las cuitas. Una vez relatado todo ello es preciso aclarar que, aunque lo vivas con auténtico asco, te lo comes con patatas si es preciso y, encima y si se tercia, cantas villancicos. Con el paro galopante, la sumisión feudal a tu jefe no hará sino aumentar y este lo sabe. No te quedan opciones y careces de la más mínima fuerza para ni siquiera plantearte otra cosa que no sea marcar el paso.

 Un saludete a quien haya seguido esta entrada quejosa. Algunas veces no te sale nada mejor.

viernes, 14 de mayo de 2010

Tele-obscenidad



Mujeres ricas. La sexta.

Olvidémonos del paro brutal, del zapatazo a los funcionarios y pensionistas y del pánico por si no llega para la hipoteca. La sexta, la cadena de Roures y Milikito, ofrece a todos los escapistas la exhibición de riqueza de las mujeres del Olimpo español. Son ellas, floreros de luxe,  algunas de las mujeres ricas del país occidental con la economía más comprometida después de Grecia, dato que a las interesadas, como es obvio, se la trae al pairo. Y lo que es más grave, también se lo trae a quienes financian y programan estos pijoengendros.

Lo tuve que ver porque no daba crédito a la coincidencia. Justo cuando buena parte de los ciudadanos, según anuncio presidencial, verían recortado el salario y otros  -los que no  cobran ninguno-  veían incrementado su porcentaje en las cifras, llegaba un agravio comparativo mucho más obsceno que los senos y los culitos que aún escandalizan a algunos.

Las imágenes epataban por el contraste. Vastos espacios decorados de manera carísima, jardines edénicos en provincias con escasez de agua; gimnasios, jacuzzis, mega terrazas casi al lado del mar -¿y la ley de costas?-  Era la versión televisiva  -y con mucho más alcance, por tanto-  de los reportajes complacientes y con vaselina al estilo del Hola y otras revistitas parecidas; por tanto y en ese sentido, no es que haya mucha novedad.

Pero de todas maneras, el medio también es el mensaje. Y es el medio quién justifica la ostentación a través de la presentación telegénica de la misma.  Esa entrevistadora  a quien nunca ves pero que a veces mal oyes, por culpa de la baba admirativa que le cae cuando habla; esa  bendición implícita que supone la falta de  curiosidad por los orígenes de esa fortuna.
Se asume, ya de entrada, que el mundo es así porque no hay más remedio, que la riqueza se justifica a sí  misma por el mero hecho de acumularla y que ostentarla ante millares de espectadores es algo lógico, derivado del orden natural de las cosas.

Y este supuesto orden "natural" es el mayor beneficiario y lo es en todos los sentidos. Estas mujeres, la mayoría si mal no recuerdo, eran unas amas de casa muy especiales, aunque sin pata quebrada esta vez, menos mal. El marido, excepto en el caso de una tal Olivia Valere, permanecía en un segundo plano y, de hecho, no salía. Cumplía la función de superproveedor de bienes, de campeón masculino financiero y de guerrero de despachos y mago de las influencias.

Ellas, por contra, tenían habitaciones enteras destinadas a acumular bisutería y adornos. Veían así, premiada su pasividad y vaciedad con criadas, profesores de gimnasia particulares, vestidores enormes y repletos de ropa cara, etc.
En estos casos, las televisiones se encargan de recordar, por si acaso, que tienen un corazoncito como todos nosotros, faltaría más. Por ello, nos muestran el desfile de sus cachorritos y sus retoños, tan triviales y ligeros como los de todo el mundo, si exceptuamos el aparato de lujo que les rodea.

Los sacan dichosos y retozones en su intimidad hogareña de diseño, tal y como esos anuncios que muestran una dicha material perfecta. Lo es porque no tiene precio. Mar Segura, una de estas muñecas felices, admitía  no saber cuanto costaba nada de lo que la rodeaba, así cualquiera duerme tranquilo.

Con eso y con un chofer/segurata que por si acaso tenía otra, un esbirro zafio que no se cortaba en mostrar su tosquedad frente a las cámaras, mientras la dueña le reía las gracias.
Ya se sabe, es la intimidad de los pececitos gordos, la cercanía a las alturas y todo eso. Con todo ello, puedes saltarte la ética y la estética a la vez.

Un saludete desde mi jacuzzi (soñada)

sábado, 8 de mayo de 2010

Mujeres que alteran a hombres.


Los dos sexos, como siempre.

Ya es algo científico, la presencia de una mujer en una habitación basta para activar el organismo masculino, de forma químicamente constatable, según un estudio reciente. Ha sido uno de esos que sirven para comprobar, por quincuagésima vez, lo que siempre hemos sabido y creíamos que todos  sabían también, excepto los de siempre, claro, el Doctor Perogrullo y sus ayudantes empollones.

Este doctor  -una entidad colectiva formada por múltiples cabezas cuadradas-   es conocido por investigar tan solo las cositas que  confirman las creencias más intuitivas, una forma segura de seguir recibiendo financiación.

Pues lo que han visto es que nos sube el cortisol, que no es una marca de refrescos, sino una hormona que libera glucosa, para que así dispongamos de energías para iniciar el cortejo, galantear y, sobre todo y seguramente, apartar a algún posible mastuerzo competidor, que es que esta cosa de la evolución biológica fue algo muy duro y con abundante reparto de coscorrones.

Se comprobó la alteración haciendo entrar a chicas jóvenes, agradables pero sin llegar a sexsimbols, en una habitación llena de sali, digoo, de hombres voluntarios y, posteriormente, tomándo a estos panolis muestras de sangre y efectuándoles, asimismo, algunas cositas abominables más, cosillas que suelen hacer los fulanos de batas blancas y tiempo abundante (extraer fluidos seminales, esencias masculinas varias...)

Como siempre y desde nuestros orígenes, quien más las miraba (a ellas, claro) y más leña repartía era el que lograba dejar más niñatos repelentes por el mundo, ay que joderse. Y es de esa herencia de la que nos viene el sin vivir que arrastramos. Lo llevamos grabado a fuego en todos nuestros chips, lo arrastramos como una bendición y al mismo tiempo como una penitencia. Nos inunda los sueños, las horas del día y nos provoca balbuceos inoportunos, justo cuando más locuacidad necesitaríamos, cuando al fin nos atrevemos a abordarlas, aiis....

¿Y porqué demonios es esto una penitencia? ¿Acaso no es agradable ese efecto deliciosamente expansivo en cierta parte de la anatomía? Pues sí, claro que sí, nos ha jodido Mayo. Esta bajada repentina de sangre, dejando la zona pensante al mínimo, constituye el gozo secreto de los varones.

Es secreto porque, aunque después se relata entre amigos y todo eso que se hace, en el preciso momento en que te ocurre no puedes comunicárselo así como así a la mujer que lo provoca, sobre todo porque muchas veces (casi siempre) suelen ser desconocidas.

Está constatado que sube la presión arterial, que hay contracciones musculares en la zona del vientre, que se entra en modo visual casi absoluto y que la actitud abstracta se va a hacer gárgaras. Y esto último no es moco de pavo, ya se comprueba el cómo los chicos rinden menos que las chicas en los estudios, en esa adolescencia glandular y llena de picores, que constituye una de las mayores maldiciones de la convivencia humana.

El querido Doctor Freud (ya sabéis, diván y pipa de cazoleta) lo llamaba (al deseo, no al diván) la "tensión jamás resuelta". Lo propio de esta es apetecer siempre más y más y no satisfacerse nunca. Lo suyo sería que lo intentáramos, pero la estructura social está hecha aposta para impedirlo. Desear a la vecina del quinto podría hacer que otro hombre subiera para matarte hasta el décimo, si eres tan insensato como para impedir que se te note. Tú también bajarías hasta el quinto con ánimo homicida si fuera a la inversa.

El resultado de todo ello, de esa contención forzada, es ese malestar en la cultura, esa pulsión instintiva siempre inconfesa que, si es muy intensa, hasta puede alienarnos, paradójicamente, de ellas, las Inalcanzables (por lo general, tenemos una pareja y las energías llegan justitas, je, je)

Fueron las comunas hippies, en los psicodélicos, horteras y atolondrados sesenta, las que demostraron la falacia del sexo de todos con todas y la revolución sexual total. Esta se frenaba en seco si tocaban a tu querida costillita, factor que transformaba a aquellos grupitos, inicialmente bucólicos, en una ensalada de hostias primigenias.
Es la misma reacción que se observa en las pandillas de quinceañeros, que reproducen de forma espontánea los roles machistas y posesivos, al igual que actitudes de violencia de género y maltrato de origen celoso, jodíos niñacos...

Es en esa edad cuando la mujer se revela como una suerte de  atractor explosivo, con la expansión de los senos, el redondeo de las caderas y el bamboleo atormentador de la zona pélvica. Semejante dinamita, armada posteriormente con instinto y artes de seducción, es la que desequilibra molleras y matrimonios, ay, Dios mío.

Una leyenda oriental dice que al principio y en algún lugar (nunca dicen en cual), éramos todos un solo sexo hermafrodita, pero alguna divinidad nos partió en dos. Y separó las dos partes. Y las dos partes se deben encontrar para ser felices. Lo de la media naranja y todo eso, ya sabéis. Pero lo que también sabéis  -y aquella divinidad puñetera no sabía-  es que, para muchos, casi cualquier otra mitad les vale.

Un saludito alterado (la primavera)