viernes, 26 de octubre de 2007

Mi Yo obsceno

Necesitamos, hoy en día, un Yo presentable, necesitamos construirlo, adornarlo, de manera consciente y premeditada, porque es la mercancía que más se demanda, porque es la mercadería que vamos a tener que vender en todo ámbito y círculo social en el que plantemos nuestro palmito.

Ya que los signos de los tiempos van cambiando, como dirían los discurseadores bíblicos, la presentación de nuestro Yo, de la parte exportable de nuestra personalidad, deberá mostrar una ineludible faceta mediática. En Internet podemos tomar ejemplo de muchas páginas personales, en donde se proyectan las extensiones y apéndices virtuales de los egos.
Son importantes, pej, los colores de nuestra web, sus enlaces y pijadas, sus gadgets, esos vínculos con buscadores y noticias, "news", para dar la sensación de que todo el universo se encuentra allí contenido y no necesitas salir.

La estética con que nos presentamos, los diseños adoptados con ese copypaste omnipresente, pretenden decir sobre nosotros más de lo que escribimos o verbalizamos, más de lo que por cultura, biografía o capacidad conceptual o estética, seríamos capaces de comunicar: "...Oye, no es que lo exprese ni que lo recalque, pero fíjate en el aspecto siniestro/psicodélico/cibernético de mi web, no soy símplemente el friqui inofensivo que imaginas, probablemente tenga un lado oscuro, forastero..."

Otro signo de los tiempos, en las narraciones personales internáuticas, es el desenfado obligatorio y la Cruzada Contra la Seriedad, "siempre frescos y divertidos".
Todos tenemos (y relatamos) un Yo plagado de anécdotas; que si un cerebro con dos neuronas, un desastre en nuestro cuarto, un aspecto físico sonrojante con ganas de que lo desmientan, un despiste e incompetencia, adecuadamente inofensivos, a la hora de los trámites sociales "...ays, con esta cabeza que tengo...", una pila de lectura imposible de acabar, que significa que no nos perdemos Nada de Lo Que Importa...

En nuestros informes sobre la salud procuramos contar lo espesa que tenemos la cabeza y todo eso, lo cual, por otra parte, es bastante lógico y precavido, je, je, a ver sino como justificaríamos el bodrio que acabamos de escribir si afirmáramos estar lúcidos y en plenitud.

Somos elásticos y desenfadados y nuestro criterio huye de absolutos y de la pretensión de que existan. Interesa más el impacto esteticista que la posible verdad, quizá porque se nos ha vacunado contra ella, porque parece equivaler a intransigencia y esta nos vuelve rígidos y vulnerables ante la comicidad, ante la exuberancia de los desenfadados. Hay terror a parecer un marmolillo y al mismo tiempo terror a parecer tonto, estamos pillados entre dos fuegos, dita sea.

Este Yo cibernético, prosiguiendo, lo es en tanto posea conectividad máxima, puertos de acceso, máscaras e interfaces a punta de pala. Se exhiben todas las identidades de mensajería, los blogs (más de uno si pueden ser), la prolijidad de nuestros contactos, plasmada en infinidad de links. Lo contrario de ello equivaldría a la falta de ojos, boca y pulmones para respirar, el símil de un organismo físico mutilado y con carencias.


Aunque lo parezca, no todo esto es obscenidad frívola y tonta. El poder proyectarnos en las redes es un adelanto social, es una ganancia lúdica. Es la posibilidad de diseñarte una personalidad, al tiempo que juegas con los diversos gadgets tecnológicos, aunque el mismo hecho de que la diseñes ya implica, posíblemente, una falsedad de partida.

Esta falsedad ya estaba presente, no lo olvidemos, en todo intercambio social desde los tiempos del Cromagnon, donde aquellos ancestros ya fingían y se pintarrajeaban, mentían y hacían teatro exagerado de lo que pensaban, aunque el hecho de verse cara a cara les dificultaba mantener la máscara a largo plazo.

Otra cosa es el rumbo actual de todo ello, el mayor alcance y los valores de crecimiento exponencial que se persigue dar a esa máscara eterna que hemos llevado siempre las personas.

Pasamos a ser, no el fulano simple de carne y hueso, sino un conglomerado curioso y complejo, detrás de ese nick y ese icono tras el que nos escondemos. Es la exhibición no de lo que hacemos, sino de como parecemos. El triunfo del homo ludens sobre el homo sapiens, toma pedantada, je, je.

Pues nada, un abrazo obsceno para todos.

3 comentarios:

iulius dijo...

cuánta verdad :O)

Errantus dijo...

Uy, uy uy. Pero qué mal queda eso del abrazo obsceno.

Pero bueno, las máscaras son parte de la interacción social, de la grasa que aplicamos a este complicado engranaje que es la vida en sociedad. Es lo que nos ganamos por ser animales sociales. Con lo sencillo que sería ir por ahí todavía gruñendo y soltando tarascadas al que se acercase a nuestro territorio...

Abrazos enmascarados desde este abnegado lado del charco. ;)

Knut dijo...

Todos sabemos que lo que pasa dentro de nosotros no es público y que por ende no sabemos qué pasa dentro de los otros. Las máscaras en términos sociales son algo inevitable, parte consustancial de lo que somos. Lo que ocurre es que como con todo concepto, lo que se entienda por máscara puede variar sustancialmente.

En la tragedia griega clásica, los actores trabajaban con máscaras y al actuar mímesis. Platón recoge este sentido en su concepto de ideas, las cuales son básicamente las máscaras de lo real es decir, aquello que motiva todo movimiento. La mímesis entonces es el actuar del conjunto de lo real acorde a manifestar la máxima identificación con la máscara.

Actualmente el juego egótico de las máscaras es algo ambiguo dado que se sustenta esencialmente en es aspecto apariencial. El movimiento de afirmación no se desplaza hacia lo que está bajo la máscara sino en lo que se ve de la misma desde fuera. Pero nos sometemos en un doble sentido, en el digamos natural por inevitable y en el platónico.

Hay máscaras que aseguran diversos éxitos en otros tantos niveles. Es como si los arquetipos misteriosos que fascinaran a Jung dejaran de ser algo público para pasar a ofertarse en algún tipo de negocio. Las máscaras son un valor que va más allá de lo social, que determinan lo ideal como mímesis.

Pero paradójicamente se sustancializa la verdad de la identidad propia, Yo Sí Soy Genuino, soy verdaderamente lo que ves. Algo que todos reconocemos como falso, que todos sabemos una quimera, porque las máscaras son naturales y parten de la obviedad de que no sabes lo que pasa en mi cabeza.

Esa necesidad de Convencer no casa con un mundo donde el éxito tiene cara relativista. Curiosamente nunca miramos cuán parecidos somos a otros, lo difícil que es no encontrarte con gentes que sabes son como tu, pero si lloramos porque no se nos reconoce por lo que somos, es decir, porque socialmente no se admite el que yo soy esta máscara, de verdad, soy sincero y honesto. Lo que ves es todo lo que hay.

Y es especial...

;)