lunes, 15 de octubre de 2007

Hombre come hombre

COLAPSO. JARED DIAMOND.

Aunque no hay nada tan fastidioso como escribir sin fundamento, el hecho de que quizá no pueda hacerlo en cuatro o cinco días me anima a comentar un libro, el de arriba, que todavía no he acabado, pero con algunos datos que ya me hacen alucinar.


El título es monumental, setecientas páginas casi, narrado a base de viajar y estudiar montones de datos y estrujarse las meninges para que luego aquellos tengan algún sentido. Nos lleva por varias culturas que desaparecieron una vez alcanzaron la cúspide y que abandonaron sus ciudades, que sus habitantes se sumieron en la barbarie y, literalmente, en el colmo de la presión por sobrevivir, se autofagocitaron.



No todos lo hicieron pero, al menos en los capítulos que llevo leidos, el impulso de saciar el apetito se colmó a base de algún desgraciado semejante que pasaba por allí en el peor momento posible. Ocurrió en e la isla de Pascua y también en el cañón del Gran Chaco, en el sudoeste de EE.UU, entre la cultura de los Anasazi, según documenta el análisis químico de excrementos humanos, que ya es pasión científica el buscarlos, uug.

El análisis de los mismos revela que contienen mioglobina, así como proteínas provenientes de la musculatura humana, cosa que no aparece siquiera ni en los casos graves de úlcera intestinal. Otras pruebas circunstanciales lo apoyarían, como las evidencias de cierta clase de descarnamiento de los huesos, cocinado de los mismos, etc.

Sí, también ha ocurrido y ocurre en multitud de pueblos antiguos y en situaciones desesperadas. Ya Marvin harris, pej, lo cuenta en Caníbales y reyes. En el libro que me ocupa, Diamond cuenta la anécdota de un colaborador suyo, en Nueva Guinea, que le dejó un día porque tenía que ir a comerse a un yerno suyo que había fallecido...

Lo que motiva su inclusión en el libro, es que estas prácticas son la culminación, el colofón de una serie dramática de carestías experimentadas por grandes volúmenes de población, pertenecientes a culturas que alcanzaron cierta brillantez en un momento dado.

Pero lo malo es que esta brillantez no bastó para que se percataran de varios factores letales, como el impacto medioambiental excesivo para la zona en la que vivían..

Pascuanos, Anasazi, Mayas, Vikingos en el Ártico y otros muchos, devastaron la masa forestal en la que vivían, sus ganados se zamparon los pastos, la tierra de debajo se fue a hacer gárgaras con la erosión.

Y para colmo, todas estas calamidades, muchas veces silenciosas, producto de la demanda de poblaciones cada vez mayores, encontraron el catalizador definitivo para el desastre en algún cambio climático traidor, documentado en pólenes, estratos, anillos de árboles, isótopos concretos, etc, y que terminó por apuntillar el panorama de agotamiento natural.
¿Acaso no nos suena toda esta letanía de agotamiento ambiental? ¿No nos llegan ecos de hoy mismo?

A través de los capítulos, la presentación de las pruebas, y el como se engarzan los diferentes factores, es de un ameno y claro que da auténtico gusto. Es historia, porque revela cómo las decisiones políticas de antaño motivan la relación con el medio ambiente, pero también es más que mera historia humana, porque hoy en día no se puede concebir la evolución de ninguna cultura sin estudiar el medio físico que la rodea y la infraestructura que la sustenta.

Pero ante todo, la lectura provoca unas imágenes, unas sensaciones que quedan, quizás nada tan mórbido y evocador como una cultura moribunda.
Esa isla de Pascua, otra vez, casi se siente la claustrofobia que vivieron ellos...

Toda una nación isleña que acabó con sus árboles y no podía ni construir una simple canoa, señores, todo por sacar sogas para elevar los cada vez más gigantescos Ahu, las estatuas famosas, a la mayor gloria de algún jefecillo megalómano. Que se quedó sin pastos y no podía ni comerse una cabra(o su equivalente polinesio). Que agotó la pesca. Que la tierra fértil se la llevó el viento al desaparecer la cubierta vegetal y ni siquiera podían plantar. Que la obvia conclusión de la búsqueda diaria de almuerzo era elegir a un enemigo para comer...

Y un insulto que luego contaban los últimos pascuanos a los misioneros: "...tu madre valía tan poco que hasta mal gusto dejaba al comerla..."
Por cierto, se hace tarde y el encargado de aquí me mira con mirada rara ¿Se habrá saciado, alimentariamente, esta noche?

Un saludo decadente y hambriento a todos.




5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace poco leí "Armas, gérmenes y acero", del mismo autor, un repaso a cómo el lugar donde se han desarrollado las civilizaciones ha condicionado su posterior desarrollo, y me pareció igual de recomendable. Si te deja con ganas de más, no te lo pierdas.

Anónimo dijo...

Sii, precísamente, compré los dos al mismo tiempo, compulsivo que es uno, je, je. El que citas lo leí primero no por nada, símplemente porue era anterior en fecha de publicación. Y, desde luego, es buenísimo

Errantus dijo...

Bueno, pero es que no teneis compasión del bolsillo ajeno. En fin, a ver si logro que me los regalen en navidades o interesar a mi hermano para que se los compre.

Knut dijo...

Joer, se ve tela de interesante.

Unknown dijo...

Mucho, mucho, muy interesante, dientes largos por acá.
Pero una puntualización: Se habrá hallado miglobina humana en las heces, que cualquier otro animal con músculo tiene mioglobina. Pero está muy buena la entrada, espero no te hayan comido luego.