A hierro y fuego. Sean Mcglynn.
Las atrocidades de la guerra en la Edad Media.
Olvídate a ratos, cada vez que agarres este libro, de que eres urbanita, demócrata y que das bandazos a derecha e izquierda, intentando coger lo mejor de ambas corrientes políticas.
Olvida, igualmente, que eres partidario de delegar la violencia física en el Estado, dado el verdadero estado de nuestra capacidad física para ejercerla (las tortas duelen hasta cuando las das) y de que te horrorizas cuando ves violencia física real. Ah, y no vale con alegar disfrute cuando ves las de Tarantino, eso no es más que un desahogo adolescente y pequeñoburgués, bien lo sabes.
Si encima eres partidari@ de levantar expedientes judiciales a los padres que pegan a sus hijos, tendrás quizá que hacer un esfuerzo suplementario, pero este pequeño juego mental es accesible a todos.
Se trata de imaginarte inmerso en una soldadesca, pletórico de espíritu de cuerpo y camaradería, rabioso perdido contra un enemigo al que has aprendido a odiar más que a las hemorroides y en un estado mental inimaginable, colocado de adrenalina hasta las orejas.
Encima y para colmo, tienes todas las bendiciones para matar y el rebaño humano entero que te rodea no para de hacerlo. Matan los camaradas que parecían poquita cosa, los jefes, ese que parecía gay, los sacerdotes, tu compañero de catre... Y entonces lo haces, movido por el embrujo colectivo y vas y ensartas al primero y, una vez hecho, los siguientes son más fáciles, claro, siempre es así...
El juego que menciono arriba se practicaba en un inmenso tablero de casquería y vísceras, llamado Occidente medieval, un campo de juegos que se replicó, por cierto, en todas las épocas y continentes, dada la ineludible condición humana.
Y se trataba -y se trata- de alegar todo tipo de excusas, tales como defensa de la fe, mantenimiento de los derechos dinásticos, protección de las fronteras, etc, para mantener a ultranza la línea principal, el objetivo de la partida.Porque lo más importante era dejar muy, pero que muy claro, quien mandaba y lo que pasaba por cuestionarlo. Generalmente, lo demostraban los reyes, que eran el primer primate, el babuino jefe, el lobo fuerte de la manada.
Para nada estorbaban las convenciones de la contienda caballeresca. Si acaso, para respetarse entre caballeros de ambos bandos y hacer hamburguesas con la infantería rasa y con el pueblo llano. Pero frecuentemente ni los caballeros se libraban.
El dar ejemplo era toda una ciencia que después han seguido practicando los clanes mafiosos. Y el mejor ejemplo se daba con los cuerpos humanos. A mayores salvajadas se les hacían, mas impacto y temor provocaban en el paisanaje a someter. Cuando -gracias a dios- no sabes de esto mas que lo que lees y oyes, desde luego que eres afortunado. En este libro y en otros como el de Joanna Burke, Sed de sangre, que por si mismo merecería otra entrada, ves a las personas normales de otra manera.
Ves lo que muchos -quizá y por desgracia- haríamos bajo grandes presiones. Un piloto británico de la segunda guerra mundial relató que, cuando después de un combate aereo vió la destrucción que sembraron sus bombas en Dresde "...sentía un orgasmo intenso y una increíble laxitud física, como después de hacer el sexo con una mujer grande y fuerte..."
Ey, no, no intentemos demonizarlo; antes de eso parecía ser un fulano de lo más convencional...
En fin, que si al realizar el experimento mental que proponía eres tan cafre que llegas hasta la frase entrecomillada en rojo, por favor aléjate de la sociedad y únete a una narcobanda, a un accionariado bancario o a un partido político. Que digo, mejor esterilízate, si no es demasiado tarde ya, claro. Tus antecesores violaron y dejaron multitud de descendientes y así nos va, so pendejo.
Un saludo. Tranquilito y sin violencias.
viernes, 12 de febrero de 2010
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