El efecto Lucifer. Philip G. Zimbardo.
Esta reseña va sobre un libro cínico, mucho, como pocos de los que había leido ultimamente. La desfachatez moral nos la sirve en bandeja un psicólogo de cierto renombre (al menos en su area) que no tiene reparos en mostrar el sadismo investigador y la frialdad que algunos estudiosos de las ciencias sociales procuran disimular todo lo que pueden.
No contituirá una revolución en Psicología ni su autor destaca por ser el primero en plantear el tema inquietante de la banalidad del Mal, de lo fácil que resulta el que cualquiera nos convirtamos en un repugnante bicho amoral y/o un timorato seguidor del rebaño, que esto es una cosa que ya todos intuíamos poco mas o menos. Símplemente es que, en los psicodélicos y contestatarios años 70, este tipo resultó ser el pedazo de sinverguenza que puso en marcha el llamado Experimento de la prisión de Stanford (EPS, más cortito). Por lo tanto, el libro está escrito por el padre de la criatura (y en su web, como veis, este pánfilo con barbita habla ahora de los "heroes". En fin, aprovecharse de un error pasado para hacerte guru...).
Si no os da pereza, lo podeis googlear y ya vereis como resultó ser una de las simulaciones clásicas en materia de psicología social. Cogen y reclutan a base de promesas monetarias a un grupo de pringa.., digoo, a unos estudiantes, a los que previamente habían aplicado toda una serie de test clásicos (el multifásico de Minnesota y otras hierbas). Y sí, por supuesto, que todo quisqui los superó y ninguno de ellos mostraba tendencias psicopáticas ni problemas de personalidad relevantes. Todos aparentaban ser los típicos niños zampabollos de todas las épocas.
Pero esta normalidad no resultó poseer depués la más mínima relevancia. Porque en una de las instalaciones de la Universidad californiana de Stanford se simuló, ay, mami, una prisión. Nada menos. Y a lo que parece les salió la madre (original) de todos los Grandes Hermanos televisivos, así como el cimiento teórico y Libro Blanco de los Guantánamos y Abu-Graibs que vinieron después. Mal que le pese a su mas tarde acongojado inventor, sus "hallazgos" se incorporaron a más de un manual de interrogatorios, detalle que reconoce llevado por la inevitable vanidad humana.
Pues bien, tal y como ahora los físicos colisionan moléculas en los aceleradores, los psicólogos sociales hacían y hacen lo propio con personas, lógicamente, para ver como les cambia el careto y la conducta cuando se les pincha.
Y para ello, en el EPS se acondicionaron unos locales, se habilitaron celdas con cerradura, se instalaron cámaras y grabadoras por todas partes y se repartieron por sorteo los roles de carcelero y presidiario. Se constituyó hasta una supuesta junta de evaluación de libertad condicional (dos alumnos empollones del autor) y el papel de alcaide de la "prisión" quedó reservado, como no, para el propio doctor Zimbardo, catedrático de Psicología, que logró una subvención de la ONR (Oficina de investigación naval) para sus gastos, detalle escalofriante y revelador.
Con los apropiados trajes humillantes para los "presos" y algo parecido a los uniformes de celador de prisión para los "guardianes" dieron comienzo, durante quince días teóricos, una serie de despropósitos en progresión geométrica. El "alcaide" se lavaba aséptica y científicamente las manos y los "guardias" se fueron volviendo cada vez más sádicos, llegando a humillar a los "presos" con una creatividad escalofriante.
Uno de los encerrados tuvo que ser sacado a los pocos días con una crisis de ansiedad, los demás se transformaron en borreguitos dóciles y Zimbardo se abstenía de intervenir en nombre de la objetividad de la ciencia. Admite que, llegado un momento, el mismo se sentía más alcaide que psicólogo, hechizo que confiesa que rompió su propia novia cuando, al enterarse del experimento, le dijo que estaba loco y consiguió que lo parara nueve días antes de lo previsto.
En el libro se describe el día a día, con desapasionamiento y crudeza. No sé porqué, pero a estas alturas de embrutecimiento el leer tales abusos experimentales aún consiguió que deseara agarrar al psicólogo este por el pescuezo y retorcérselo. Logra demostrar que los factores situacionales superan casi siempre a los disposicionales propios de cada uno, su teoría querida, con el Sistema como malvado principal.
Lo logra explicando después, con un análisis de alta calidad, lo que pasó posteriormente en otros experimentos, así como en Abu-Graib, aquella cárcel irakí donde amontonaban a los presos desnudos y los fotografiaban para colgarlo todo en Internet.
Pero lo que no consigue es lavar su cara. Por más que se presente como un activista e intelectual antivietnam de aquellos años -¿y como entonces consiguió una subvención militar?- y por más que luego se vuelque en el último tramo del libro en la autoayuda y en el buenismo facilón.
Ya puedes haber escrito, doctor Zimbardo, un brillante mea culpa; ya puedes acertar en lo de que hay que conocer científicamente a fondo para después prevenir . Es posible que así sea, pero si por mí fuera, tus próximos experimentos los ilustrarías a base de ponerle electrodos a tu santa madre.
Bueno, un abrazo. Disposicional, eso desde luego.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
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2 comentarios:
Había leído acerca del experimento, y la verdad es que es acojonante, no sólo cómo acabó saliendo, si no que le dejasen montar todo aquello sin ningún tipo de supervisión ¿no preveían que podía pasar algo así?
Pues el doctor Zimbardo este, al parecer, tuvo hasta la colaboración de la policia local, que simuló arrestos y todo, adulada por que les pidiera colaboración un catedrático.
Ni siquiera hubo nadie que le demandara por daños y perjuicios. Los padres de los "reclusos" incluso participaron en eun falso ceremonial de visitas a los "presos", diciéndoles a sus hijos que se "portaran bien".
Y el tío este ahora escribe, para colmo, libros de autoayuda, hablando del heroismo anónimo y cotidiano. Para vomitar.
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