sábado, 1 de noviembre de 2008

De ratas y reyes.



El Rey Rata. China Mieville.
Mira que dan asco estos animalitos (usease, las ratas) pero Mieville consigue que, por momentos, los veas de otra manera, que deambules por las cloacas apestosas como si estuvieras por un pub. Te hace adoptar su perspectiva y, mientras dura esta, consigue que te sientas más tranquilo refugiado en las alcantarillas que por la superficie de la urbe.

Todavía no la he acabado, y lamento esta costumbrita que he adquirido de empezar a comentar sin finalizar, pero entretiene que no veas. Tiene descripciones sabrosísimas, a ratos le parece al mejor King, metiéndote inquietud en el cuerpo y el ritmo nunca baja. Los diálogos divertidos y vivaces y la ambientación, por otro lado, ya prefigura la que sería, posteriormente, su mayor creación urbana: Nueva Crobuzon, el principal "personaje" que ha creado este amante de construcciones, túneles y vías de tren.
Las ama porque piensa que están ahí para significar algo, independiente muchas veces de tramas e historias.

Es El Rey Rata una de sus primeras novelas y, quizá por ello, se nota que le podía haber sacado bastante más jugo al tema, que se deja la naranja a medio exprimir. Igualmente peca de una cierta indefinición respecto a alguna figura central, sencíllamente la deja aparecer y ya está. Por un lado bien, pero por el otro la otorga una cierta inconsistencia.

De todas maneras, las páginas se pasan con agrado, ya me he llevado alguna sorpresita argumental y, si mantiene el tipo hasta que la acabe, me dejará buen recuerdo.

No obstante, es esa ciudad tremenda, Nueva Crobuzon, la que parió basándose en la mezcla de este Londres orgánicamente vivo con otras ciudades de por ahí, de la que te queda un recuerdo imborrable. Los nombrecitos de las calles ya se las traían , je, je, así como las especies que la habitaban. Es todo un tratado acerca de como una ciudad puede ser asquerosa, enorme y, no obstante, funcional y viva. Tener horrores albergados en sus entrañas y, a pesar de ello, vivir un día a día de lo más corriente y moliente.

Le ayudaban esas leyes de la realidad creadas expresamente para ese universo, con esa taumaturgia que las estudia de forma curiosamente racionalista. El narrador, aquí, participa de la convicción de esa cultura imaginaria, en el sentido de que lo escatológico y lo teratológico también son vida y sociedad, je, je, je...

A ver si cunde y esa exuberancia imaginativa no nos abandona nunca, a ver si nos traen lo último de el.

Saludines ratoniles.

PD: Habiéndola acabado, me deja a mí también con ganas de liarme a mordiscos por ahí y sacar a retozar el mamífero pendenciero que llevo reprimido. Y encima le mete ritmo discotequero...

2 comentarios:

Knut dijo...

No la he leido, y mira que ÇMelvielle me da generalmente muuucho gustirrinín, a pesar de terminar sus novelas de manera tan torpe. Pero es que tiene un no sé qué, sobre todo y especialmente cuando hace esa especie de Magia Hard. Lástima que no prodigue más eso.

Un abrazo cervecil compi querido!

francissco dijo...

No podía ser perfecto, ja, ja, para mí que la cantidad de fantasía que tiene en la cabeza se la agolpa y no le deja pensar bien la conclusión de la historia.

Pero lo que me gusta es precísamente eso, que la sobra imaginación. Si acaso es La Cicatriz la que más ordenada y conseguida está como narración.