
Hay por ahí una especie de blog, que a su vez remite a un artículo de un tal Phil Manoeuvre que, al parecer, escribía en la revista-ya de culto para los comiqueros-Metal Hurlant, escrito para ser leído con cierto sentido del humor.
El artículo, reproducido en este blog, trata sobre la adecuada masculinidad y comportamiento del hombre de verdad, esa especie en extinción. Habla de machos auténticos y de comeyogures, dando pistas para distinguirlos. Desde luego que algunas referencias ya están pasaditas y el autor se va tres pueblos, pero se pasa un ratito divertido. Yo, particularmente, me he reído mas de una vez.
Aunque el tono en el fondo es de parodia esperpéntica, es un tono que nace de una nostalgia apenas disimulada por el exabrupto y la imágenes forzadas. No se exactamente la proporción de machos alfa cargados de testosterona que pueden andar por ahí, y en que medida lamentan la pérdida de aquel machismo visceral que impregnaba la cultura de Occidente.
Más de un estudio habla del posible desequilibrio glandular, favoreciendo a la conocida hormona citada más arriba y que, combinado con ciertas situaciones sociales y culturales, puede dar resultados explosivos. Es un tipo de personalidad que abarrota los presidios y puebla las páginas de sucesos. También hay que decir que la influencia de la testosterona no es sino uno más de los factores de un cocido bastante complejo.
Tenía por ahí un libro, escrito por un psiquiatra, donde se habla de las bases biológicas del personal violento, y como se pueden neutralizar mediante una educación atenta, pero no siempre parece ser posible. Ya se conocen de sobra las personalidades psicopáticas, esas que en situaciones de estrés controlado en laboratorio han demostrado que apenas segregan cortisol, hormona de la ansiedad.
Porque la ansiedad la experimentan en menor cuantía, no temen apenas a las demás personas ni a la ley ni a las consecuencias, están más relajados y frescos ante las situaciones de violencia física y perciben a los demás como simples pedazos de carne con ojos, con posesiones o circunstancias que les provocan avidez o sadismo.
Como la fracción social formada por las personas más o menos cultas, los urbanícolas democráticos de los países avanzados y demás "comeyogures", je, je, adolece de una cierta pereza reproductiva, véanse sino los índices de natalidad y demás, el número de psicópatas tetosterónicos tiende a subir con las diversas generaciones y la proporción de ellos será cada vez mayor. ¿Sería la solución implantar más policías? ¿Querrá alguien defendernos, cuando seamos maduritos, de la violencia física de las generaciones más jóvenes?
Los más tranquilitos, porque así nos preferimos considerar, tenemos horror a todo lo que signifique violencia estatal en nombre de la seguridad. De alguna manera nos gusta creer que todo violento, en el fondo, está deseando ser acogido en los brazos amorosos de las instituciones públicas. En los medios de comunicación, se han creado legiones enteras de tertulianos que apabullan a todo aquel que predique algo parecido a la mano dura.
Y es que, en el fondo se les cree abordables mediante el diálogo, naciendo este de una ética del perdón, de la reintegración, en la que yo, personalmente, quisiera creer con ganas y con fervor, aunque tengo dudas tremebundas.
Precísamente, en un libro que recomendaba en una entrada anterior, Colapso, de Jared Diamond, se habla de la reintegración social y el abandono de las armas de unos violentos que cometieron crímenes. Fue en Ruanda, después de que masacraran en cerca de un millón de personas a la etnia rival, y ahora, años después, constituyen una nación de tenderos, taxistas y policías psicópatas, dirigidos por un gobierno de antiguos matarifes. Reintegrados pero, ciertamente, no reeducados.
Bueno, un abrazo, masculino (espero) y nada violento.