viernes, 29 de enero de 2010

La aceleración de Sherlock Holmes.

Sherlock Holmes. La peli. La de ahora.

Veenga, como no vas a pasarlo bien con este film, viendo a este ubermenchs de la era victoriana, a esta especie de Neo de Matrix pero anclado -solo a veces- a los adoquines embarrados y sin poder librarse (eso jamás) de ese dichoso clima húmedo y grisáceo. No, no me refiero al S.H. literario clásico, aunque le guarda cierto parecido.

De todas maneras, para no faltar a la verdad y ahora que caigo, no he leído ninguna novela suya. Y como resulta que si no lo has hecho, es una auténtica desfachatez el hacer comparativas, vayamos a ello, tal y como dice un amiguete.

Porque -conjeturo yo- sería muy dificil alcanzar, tan solo leyendo, las altísimas velocidades de ejecución visual de los personajes del cine reciente. Me da que para un lector victoriano todavía sería más costoso, con esa rémora de narraciones de ritmo epistolar que llevarían en las mentes.
Este Sherlock sería demasiado para ellos, casi ni serían capaces de percibirlo, debido a la alta frecuencia con que se mueve al atizar mamporros, por poner un ejemplo.

Aquí nos han querido contar otra historia, otra cosa muy diferente a lo que se daba. Este tipo es un mutante, un replicante o algo parecido. No hay mas que verlo en compañía de los huma, digoo, de los otros personajes de la película y alucinar con la tensión extra, con el procesamiento en paralelo que hace del entorno, detalle que hay que agradecer al actor, por cierto.

Lo suyo es un puro trance al estilo zen, como el que haría no sé, alguien que fuera tan solo el apéndice biológico de un procesador Pentium i7 con mogollón de núcleos. En uno de los hilos de procesado lleva la conversación con Irene Adler y en el otro ya está preparando el disfraz de mendigo, el salto veloz por la ventana, la intercepción de la carroza donde va Irene y una rápida fotografía mental de la pistolita del interlocutor misterioso.

Estoy seguro que ni siquiera los guionistas estaban preparados para ello. Habían virtualizado este Londres neblinoso y atestado con casi todos los píxeles necesarios. Casi, jeje. Tenían listo a ese procesador humano con pipa de cazoleta preparado para soltarlo en la simulación. Pero el muy galgo, al estilo de los buenos virus informáticos, actúa más célere de lo esperado y se hace con el control total. Por eso tienen que poner añadidos explicativos a posteriori, seguro, para que las personas normalitas, más embotadas, pillemos algo de lo que ha pasado.

¿Sobreviviría esta era victoriana, ucrónica y ficticia, al S.H. mutante de esta historia? La verdad es que no sabemos la mella que podría haber hecho semejante robot de combate, capaz de calcular un enfrentamiento físico en fracciones de segundo y luego ejecutar el correspondiente programa rompehuesos como si fuera una máquina de hacer hamburguesas.

Menos mal que tiene a Watson, el técnico de mantenimiento así como su ancla con la realidad. El se encarga de conectar -con mucha dificultad- a este autista ultrahumano, tan cerca de los gamers y frikis también autistas del siglo XXI, con los sentimientos y emociones normalitas del XIX.

Bueno, un saludo tranquilito y sin aceleraciones

miércoles, 20 de enero de 2010

La Economía alienante.

Pregúntale al economista camuflado. Tim Harford.

Segun
la publicidad del editor, este último libro del economista Harford viene a dejar sentada la reputación adquirida por su autor. Este pertenecería a una "nueva raza de economistas" identificados con las preocupaciones de la gente. Y está claro que así es. Este autor lleva una columna de respuestas al lector, en un periódico británico, donde se ocupa de poner la racionalidad supuesta de la disciplina de Keynes y Galbraith al servicio de las preocupaciones cotidianas.

Y quien sabe si no será en esas cosas cotidianas donde hallen su nicho más apropiado los estudiosos de la llamada "ciencia" económica, con esa capacidad descriptiva tan maravillosa acerca de procesos que ya han ocurrido, je, je . Da gusto ver lo didácticos que se ponen algunos de estos popes al explicarnos como ha sobrevenido una crisis económica bestial (800.000 españoles al paro en 2009) por la sencilla razón de que no podía ser de otra manera.

¿Y porque no decían nada antes? Porque se queda genial explicando las cosas a posteriori, dado que así no hay posibilidad de equivocarse. Lo que no se entiende es como, en unas sociedades que buscan la máxima eficiencia, aún siguen manteniendo su puesto como catedráticos en las universidades, dado su nefasto papel como augures. De hecho, hoy en día, el arte de la supervivencia gremial consiste, en buena parte, en convencer de lo necesario que eres...

Quizá continúan alimentándose de la puchera porque, dependiendo de sus tendencias políticas, acostumbran a secundar a los gobiernos de turno, revistiendo de palabrería pomposa y pretendido aval científico lo que no son mas que empeños ideológicos y corporativos.

O porque algunas de sus matemáticas, aunque inútiles para los macrocolectivos, léase países, son eficaces para la gestión empresarial y por lo tanto resultan útiles para los diversos buitres y tiburones financieros que poseen las compañías.

Han tenido tal éxito promocionándose estos predictores -por otra parte calamitosos- que pensamos que tiene sentido preguntarles cositas tales como el reparto de las herencias a nuestros hijos y hasta -pasmémonos- las elecciones de pareja.

Estas son las estupideces que le preguntan a Tim Harford. Y como no, el las responde, revestido con la aureola de santón de la teoría de la elección racional. Porque siempre elegimos racionalmente aunque no lo sepamos. Si no lo sabemos, ellos se reafirman en definirnos principalmente como homo oeconomicus, ale, que tiene bemoles. Por lo visto, esta es una especie de homínido derivado del sapiens y que, cuando este cazaba y pintaba cuevas, el ya se dedicaba a contar con su ábaco y sus piedritas las ganancias acumuladas en su choza.

Lo malo es que, las disciplinas parasitarias de la ciencia, tales como la Economía, se han especializado en elaborar discursos autojustificativos, con una verborrea impactante, capaces de dar cuenta tanto de un acierto como de una cagada diagnóstica. ¿Acaso no es chocante que los economistas de salón - o de columna semanal, tanto da- como Harford dispongan de respuestas para todo? ¿No presentan una sospechosa cercanía con Elena Francis?.

Un saludo, pero sin calculadora.

martes, 12 de enero de 2010

Pais de nieves y aguas


Un saludo a todos los que han tenido problemas con la nieve en estos días. Un saludo, porque probablemente es lo único que vais a tener, además de las recomendaciones públicas y generales de que tengais cuidadín, de ponerte las cadenitas (ojoor, que si no hay nieve te cargas los neumáticos), de que consultéis las webs oficiales, que siempre suelen estar en clamoroso contraste con lo que te cuentan los paisanos de alguna zona.

Vivo en la ciudad de Valencia y estos días estoy yendo a la vecina provincia de Castellón. Cualquiera pensaría que la Comunidad Valenciana tiene una asociación natural con el sol y el agua, y es cierto, la tiene cuando le da la real gana tenerla. Esta semanita, el interior de la provincia de Castellón parecía alguna zona siberiana dejada de la mano de los zares. Parches de hielo matinales que hicieron que mi vehículo patinara como si fuera Mijail Barisnikoff, y gracias que la cosa se quedó en eso, paisajes que recordaban toscamente a la Laponia pero sin renos, en fin...

Y es que, en efecto, hablo de la llamada red secundaria. Esa que empezado el 2010 es incapaz de abastecer a un montón de ciudadanos no urbanitas de los más indispensable, símplemente porque no hay dios que se atreva a cruzarla en días como estos. Es como si descendiera un agujero negro de índole climática y convirtiera la España rural en un anexo del área 51, aislada por lo que los escandinavos llaman "mierda blanca". Y por supuesto, pido perdón por la expresión, lamentando no disponer de ella en el original, pero da a entender muy bien lo poco idílicas que pueden llegar a ser las nevadas.

Los informativos nos acostumbran a eso de la "sensación térmica", expresión que da a entender que el viento del copón aumenta el frío y las molestias, además del peligro de que un carámbano te perfore el colodrillo. Queda la recompensa visual innegable de los paisajes, apta para niños y estetas de ánimo positivo, generalmente esquiadores findesemaneros, pocas veces operarios de las quitanieves y otro tipo de plebeyos climáticos forzosos.

Tan omnipresente ha sido el clima que hasta en el blog ha nevado.Un saludete blanco.

martes, 5 de enero de 2010

El trabajador esforzado.

El Prefecto. Alastair Reynolds.

Siempre resulta grato ver la entrega esforzada a una labor, el como un profesional de lo que sea llega hasta el fin de su tarea de la manera mas concienzuda posible. En la presente novela, tanto el autor (Reynolds) como el protagonista (el prefecto Tom Dreyfuss) se baten a fondo para ganarse el salario. Desde luego, por intentarlo no quedará.

Reynolds intenta compensar el hecho, irremediable, de no ser Iain Banks. También arrastra la condición de no ser siquiera como Hamilton. Por lo tanto, los personajes van creciendo en complejidad pero de manera sencillita, nada de ganar densidad biográfica ni emotiva. Aquí todo es más fácil y tan solo se van revelando los detalles pertinentes para la acción.

Tampoco el escenario de Yellowstone y su Anillo Brillante son presentados con la alta definición con que los presentaría Hamilton. Por supuesto, eso sí, que forman un decorado amplio, resultón y, ante todo y muy importante, con multitud de rincones donde pueden pasar cosas continuamente, sin que entren en conflicto con los hechos narrados en otras entregas.

En esta ocasión, abandona el despliegue imaginativo de los últimos títulos, sobre todo porque apenas encontramos esbozos de culturas exóticas. Tanto Ultras como Combinados se quedan en apuntes útiles para la historia. Tampoco se alude a las clásicas megaentidades pertenecientes a razas avanzadas o a universos paralelos, no sé si por cierto sabor confuso que terminaron dejándonos tanto El desfiladero de la absolución como El arca de la redención, con ese guirigay más bien vago de supercivilizaciones que no se ven y artefactos que no se entienden.

En El prefecto, por contra, apuesta decidídamente por los buenos trabajadores de la plantilla, por los empleados fieles. La organización llamada Panoplia es la comisaría de Hill Street, la multitud de hábitats espaciales son Esas Calles duras de Ahí Fuera. El prota, Tom Dreyfuss, es el policía tenaz, concienzudo y con una intuición de rayo laser. A la que hace de jefe le han encomendado que sude el papel y a los malos les han dicho que sean odiosos, así como fríos y calculadores hasta la nausea si quieren prima por productividad. Asimismo, los secundarios se han leído el guión y ejecutan bien el estereotipo correspondiente.

Y el autor, un buen empleado, ha decidido llevarnos de sobresalto en sobresalto, para cumplir con su contrato laboral. La inventiva esta vez no llega tan lejos como en otras ocasiones, pero la trama está mejor hilada y resuelta aunque, eso sí, se echan muy de menos las pinceladas siniestras de otras veces. Y es que, independientemente de la maldad y rareza de los adversarios, el universo que nos encontramos ahora es más benigno y con escala humana, así como susceptible de pacificarse y ordenarse.

Debe de haber tenido una revelación a la hora de escribir : si despliego exotismos y maravillas en demasía me acabaré liando y confundiendo al personal. Total, para que invertir en portentos galácticos para luego dejarlos abandonados y sin amortizar. Por lo tanto, señores, vamos a concentrarnos en resolver los quebrantos de la ley y perseguir a los infractores, ya sean de silicio o de ADN. Y lo haremos con la plantilla, recurriendo a cuantas menos subcontratas mejor. Esta es la razón, creo yo, por la que los hipercerdos modificados genéticamente apenas tienen unos cameos.

Y una vez visto de esta manera te resulta liberador, ejem, y relativamente fácil, el disfrutarlo como un pasapáginas correcto, realizado por operarios honestos. Seguro que ya queda menos para que publiquen alguna cosa hecha por Maestros Artesanos...

Un saludete laborioso y cumplidor.