viernes, 27 de noviembre de 2009

Numeratis y otros empollones mercenarios.

Numerati. Stephen Baker.

Como la literatura de género que leo ultimamente se corresponde con títulos ya antiguos, no creo aportar nada original si los reseño. Así pues, os doy la plasta con libros pijo/intelectuales de esos de estar a la última del Copón, de los que ponen en cantidad de estantes y parece que te lo van a revelar todito, todo.

Este es ameno, sí, el Mandamiento Número Uno de la cultura moderna, pero con cierto sensacionalismo entusiasta que le sobra, cachis. Como el autor no es tanto matemático como periodista y bloggero, su fuerte son las entrevistas y no tanto los conceptos, aunque hay que reconocer que se esfuerza en ese sentido.
En fin, por estos lares ya sabíamos que el hombre es un ser social, animal de costumbres y todo eso. Por lo tanto, esos hábitos y pautas los deja por todas partes y ayudan a predecirle, que mira que es descuidado. Y lógicamente, por otros lares (los de siempre) se han tomado el bendito trabajo de matematizar todo ello, o por ese camino van.

Ahora nos encontramos con que, en estos últimos años todos tenemos, además de nuestra eventual mala sombra de siempre, una especie de sombra digital que nos sigue a todas partes. Las páginas porno que visitamos y lo que hacemos en ellas, los reductos frikis interneteros, los pagos de libros, muñecas hinchables, látigos, esposas y cacharritos variados, todo ello con la tarjetita de crédito de la leche. A que bloggeros comentamos y quienes nos comentan (si les apetece hacerlo, claro)

Los operadores telefónicos saben desde donde llamamos y a quien, y el Gran Hermano Rubalcaba con el software SITEL está en condiciones de cruzar todos esos datos y no es el único.

Porque todo este trasiego aporta una cantidad enorme de información y ahora, por primera vez en la historia, en formato digital, en ceros y en unos, tan simplones ellos. Pero suficientes para servir de pasto a redes de ordenadores y programitas cotillas, capaces de reconocer patrones hasta en la sopa. Y salvo cuando las enfocan a la medicina preventiva, en todos los demás campos es posible un uso controvertido e intrusivo de estas aplicaciones, neutrales como tales y susceptibles de trabajar con datos de toda procedencia.

Se trata de averiguar lo que nos gusta para metérnoslo hasta en la sopa y sacarnos todos los cuartos. De optimizar las cadenas de trabajo a base de monitorizar la conducta de los curritos, su uso del ordenata, sus retratos en multitud de cámaras y registros, etc, para "reajustar" plantillas para mayor gloria de los accionistas. Con quien te comunicas más en el trabajo y quien, por tanto, podría secundarte en posibles deslealtades.

No es que estas matemáticas sean omnipotentes. Los propios científicos que trabajan en esto se lo matizan frecuentemente al autor, frenándole su entusiasmo snob de Juanito con Juguete Nuevo y sus proyecciones mágicas sobre la ciencia estadística. Ya le dicen que si basura que entra, basura que sale. Que muchas veces, las correlaciones estadísticas son espurias y basadas en relaciones de causalidad falsas o bien, le recuerdan el chiste del borracho que buscaba las llaves bajo una farola encendida aunque no estuvieran en ese sitio, simplemente porque "allí había más luz". Y también, que la tremenda variabilidad e impredecibilidad del ser humano es algo que les frustra y les desconcierta, ay, así se lo confiesan estos angelitos platónicos.

Pero, a pesar de ello, traslucen un entusiasmo tremendo (e inquietante también) por toda esa nueva aura digital que nos rodea y por la forma de cribarla y ordenarla. Un simple dato: si en una página web tan solo introdujeras el género, la fecha de nacimiento y el código postal, en el 83% de los casos ya podrían identificarte con el censo en la mano. A mentir, pues, como bellacos.
Uno de estos empollones, por cierto, creó un programa policial sumamente penetrante y luego, apesadumbrado por la posible intimidad amenazada, desarrolló otro software complementario que enmascararía las identidades concretas sin entorpecer las búsquedas. Lástima que este segundo programita disculpatorio posíblemente no lo aplique casi nadie.

En fin, un saludo monitorizado a todos los avatares que me leéis, jeje.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cuando Lucifer se explica

El efecto Lucifer. Philip G. Zimbardo.

Esta reseña va sobre un libro cínico, mucho, como pocos de los que había leido ultimamente. La desfachatez moral nos la sirve en bandeja un psicólogo de cierto renombre (al menos en su area) que no tiene reparos en mostrar el sadismo investigador y la frialdad que algunos estudiosos de las ciencias sociales procuran disimular todo lo que pueden.

No contituirá una revolución en Psicología ni su autor destaca por ser el primero en plantear el tema inquietante de la banalidad del Mal, de lo fácil que resulta el que cualquiera nos convirtamos en un repugnante bicho amoral y/o un timorato seguidor del rebaño, que esto es una cosa que ya todos intuíamos poco mas o menos. Símplemente es que, en los psicodélicos y contestatarios años 70, este tipo resultó ser el pedazo de sinverguenza que puso en marcha el llamado Experimento de la prisión de Stanford (EPS, más cortito). Por lo tanto, el libro está escrito por el padre de la criatura (y en su web, como veis, este pánfilo con barbita habla ahora de los "heroes". En fin, aprovecharse de un error pasado para hacerte guru...).

Si no os da pereza, lo podeis googlear y ya vereis como resultó ser una de las simulaciones clásicas en materia de psicología social. Cogen y reclutan a base de promesas monetarias a un grupo de pringa.., digoo, a unos estudiantes, a los que previamente habían aplicado toda una serie de test clásicos (el multifásico de Minnesota y otras hierbas). Y sí, por supuesto, que todo quisqui los superó y ninguno de ellos mostraba tendencias psicopáticas ni problemas de personalidad relevantes. Todos aparentaban ser los típicos niños zampabollos de todas las épocas.

Pero esta normalidad no resultó poseer depués la más mínima relevancia. Porque en una de las instalaciones de la Universidad californiana de Stanford se simuló, ay, mami, una prisión. Nada menos. Y a lo que parece les salió la madre (original) de todos los Grandes Hermanos televisivos, así como el cimiento teórico y Libro Blanco de los Guantánamos y Abu-Graibs que vinieron después. Mal que le pese a su mas tarde acongojado inventor, sus "hallazgos" se incorporaron a más de un manual de interrogatorios, detalle que reconoce llevado por la inevitable vanidad humana.

Pues bien, tal y como ahora los físicos colisionan moléculas en los aceleradores, los psicólogos sociales hacían y hacen lo propio con personas, lógicamente, para ver como les cambia el careto y la conducta cuando se les pincha.
Y para ello, en el EPS se acondicionaron unos locales, se habilitaron celdas con cerradura, se instalaron cámaras y grabadoras por todas partes y se repartieron por sorteo los roles de carcelero y presidiario. Se constituyó hasta una supuesta junta de evaluación de libertad condicional (dos alumnos empollones del autor) y el papel de alcaide de la "prisión" quedó reservado, como no, para el propio doctor Zimbardo, catedrático de Psicología, que logró una subvención de la ONR (Oficina de investigación naval) para sus gastos, detalle escalofriante y revelador.

Con los apropiados trajes humillantes para los "presos" y algo parecido a los uniformes de celador de prisión para los "guardianes" dieron comienzo, durante quince días teóricos, una serie de despropósitos en progresión geométrica. El "alcaide" se lavaba aséptica y científicamente las manos y los "guardias" se fueron volviendo cada vez más sádicos, llegando a humillar a los "presos" con una creatividad escalofriante.

Uno de los encerrados tuvo que ser sacado a los pocos días con una crisis de ansiedad, los demás se transformaron en borreguitos dóciles y Zimbardo se abstenía de intervenir en nombre de la objetividad de la ciencia. Admite que, llegado un momento, el mismo se sentía más alcaide que psicólogo, hechizo que confiesa que rompió su propia novia cuando, al enterarse del experimento, le dijo que estaba loco y consiguió que lo parara nueve días antes de lo previsto.

En el libro se describe el día a día, con desapasionamiento y crudeza. No sé porqué, pero a estas alturas de embrutecimiento el leer tales abusos experimentales aún consiguió que deseara agarrar al psicólogo este por el pescuezo y retorcérselo. Logra demostrar que los factores situacionales superan casi siempre a los disposicionales propios de cada uno, su teoría querida, con el Sistema como malvado principal.
Lo logra explicando después, con un análisis de alta calidad, lo que pasó posteriormente en otros experimentos, así como en Abu-Graib, aquella cárcel irakí donde amontonaban a los presos desnudos y los fotografiaban para colgarlo todo en Internet.

Pero lo que no consigue es lavar su cara. Por más que se presente como un activista e intelectual antivietnam de aquellos años -¿y como entonces consiguió una subvención militar?- y por más que luego se vuelque en el último tramo del libro en la autoayuda y en el buenismo facilón.
Ya puedes haber escrito, doctor Zimbardo, un brillante mea culpa; ya puedes acertar en lo de que hay que conocer científicamente a fondo para después prevenir . Es posible que así sea, pero si por mí fuera, tus próximos experimentos los ilustrarías a base de ponerle electrodos a tu santa madre.

Bueno, un abrazo. Disposicional, eso desde luego.