lunes, 19 de octubre de 2009

Hipatia y la tacañería.

La ultima noche de Hipatia. Eduardo Vaquerizo.

Obviamente, a quien le guste la cf también le puede gustar la historia, a ver porque no. Y si te gusta la historia y además la cf, los viajes en el tiempo son el maridaje perfecto para especular y disfrutar . Nada tan excitante como mezclar la mutua extrañeza que dos épocas muy diferentes, encarnadas respectívamente por los cronoviajeros y los huéspedes coetáneos, se pueden provocar entre ellas.

Encima, resulta muy lógico identificarte con el viajero, con el que salta, con el que se infiltra. Todos llevamos dentro -se dice así ¿no?- un explorador frustrado que se quedó en simple turista de agencia (algo es algo) y babea ante lo exótico. Y todos llevamos también, ay, al hortera que le gusta presumir, ya sea de cacharritos, de tecnología, de conocimientos, de actitudes “modernas”, etc, ante los visitados. Suena fatal decirlo, pero así es y todo escritor solvente en este campo lo olfatea y procura plasmarlo lo mejor que puede.

En esta novela, publicada aprovechándose legítimamente del tirón y la publi de la peli de Amenabar, todas estas buenas intenciones se palpan pero se quedan en poco. Hay mucho de ese buen turista que hace bien los deberes y que se aprende todas las explicaciones del guía. Vaquerizo te regala con hermosas postales de aquella Alejandría, con su correspondiente inundación sensorial y todo eso. El nivel de información histórica, recurriendo a “cartas” de algunos personajes, es bastante bueno, aunque no libra a estos de cierta planitud, cosa que ya podías prever y perdonar.

Y perdonas porque esperas y esperas lo que acaba por no darte, limitándose a los esbozos. Porque de Hipatia se podía haber sacado muchísima mas tajada. Mucha más que con la interpretación correctilla y sosita de la peli facilona de Amenabar, ya que una novela da para muchos más matices. Esta filósofa es todo un filón, por ser una enciclopedia con patas comparada con sus contemporáneos y -mentiríamos como bellacos si no lo admitimos- porque tenía fama de estar mas buena que un queso. Ale, ya está dicho. Provocaba, pues, a la razón y al instinto, a este último probablemente sin querer, lo que a la postre termina resultando aún mas irresistible.

Erótica en sentido amplio, listilla y de temperamento dominante, con aires de inalcanzable ¿acaso alguien cree que lo del neoplatonismo por sí solo tiene algún morbo, jejej?
Y casi que la novela quisiera ir por ahí. Pero es imposible. Se le cuela un protagonista meditabundo y con fobia social, que obliga al narrador a embarcarse en interminables monólogos fatalistas. Desperdicia páginas preciosas, que podía haber empleado para establecer una tensión dialéctica cojonuda entre dos eruditas de tiempos distantes, llenas de pasión fría y erotismo y tal. Sí, algo de eso intenta, pero se queda prácticamente en dos o tres diálogos cortiitos, cortitos, en revolcones sublimados y asépticos, ay, Cronos/Vaquerizo, que cicatero eres.


Ah, se me olvidaba, hay un apéndice final que no pega ni con cola, resultando más anticlimático que irte a currar después de hacer el amor. No basta -en mi opinión , claro- con escribir y redactar bien. Digo yo que lo que se escriba también habrá de ser pertinente ¿no?