martes, 30 de septiembre de 2008

Strange, Mr. Norrell y la Britania eterna.

¡Aquí está la magia inglesa, hela en Britania de nuevo! ¡albricias!

Britania y cierta anglofilia esencialista componen la materia prima de este libraco de Susanna Clarke, Jonathan Strange y el Señor Norrell, así como la existencia de otros planos y ontologías "mágicas", según la autora, las cuales, en vez de mantenerse apartaditas y convenientemente paralelas, no tienen el menor reparo en ejercer la mayor de las concupiscencias y en aparearse con la nuestra, que no gana para sustos.


De este título pues, es la culpa de que no pare de alargarse la temporada que llevo dedicándole a la Fantasía, espero no caer en la dragonlance delirante

Pero a lo que íbamos. Lo inglés es una esencia, algo inmanente a la propia entidad geológica del país, así como a los hijos de la Gran, ejem, Bretaña que, en la época magníficamente ambientada del relato, la de las guerras con Napoleón, era ya la nación más descollante de Occidente, una vez vencido el corso de las narices.

Y ya que, según la Clarke, lo inglés es algo esencial, se hace necesario cuidarlo y amarlo, así como escenificarlo y describirlo con el mayor de los amores. Aquí solamente leeremos apellidos y nombres complicados, nada de Smiths y semejantes. La sociedad es retratada tal y como era, clasista, racista y todo eso, con sinceridad, claro, pero con cierta trampa.

Porque los señores aristócratas no dejarán de ejercer sus maniáticas y detestables voluntades, es posible, pero la autora procura que estas te deslumbren, te expone la magnificencia de sus temperamentos, de sus apariencias y, ya puestos, hasta de sus defectos. Cuando los tienen son enormes, no como los pequeños vicios de sus criados y lacayos.

Y en aquel tiempo de grandes señores y encantadoras damas había añoranza de magia. Sí, es lo de siempre. La eterna añoranza de la época artúrica y merliniana pero con una vuelta de tuerca, una interpolación.

Porque acerca de esta Inglaterra vas conociendo una historia paralela, del 1100 hasta 1500 y pico o así, donde nuestra realidad normalita se interpenetraba con multitud de mundos sobrenaturales, donde podía manifestarse casi cualquier cosa y donde un personaje, Centro de Todas las Cosas, dejó una huella indeleble, el Rey Cuervo, que fundó una entera nación mágica en la Inglaterra del norte.


Pero todo ello desapareció y solo quedaron las crónicas, los libros, atesorados actualmente por el señor Norrel, arquetipo del estudioso compulsivo y del teórico enclaustrado, con su discípulo Strange, exhuberante y narcisista. Personajes bien perfilados, claro que sí, pero no con la profundidad y tridimensionalidad que requiere últimamente mi gusto. Eso sí, aunque no disecciona perfila muy bien esta señora, no se le da mal.
No obstante, sí que se aprecia una ganancia de textura en el personaje de Strange a medida que avanza el relato, con su empeño de liberar cielos e infiernos.

La trama hará que esto último vaya siendo gradual y progresivo pero con precisión, como el té de las cinco. Los motivos de inquietud, derivados de alterar el orden natural de las cosas, se van acumulando de manera que te generan un persistente grado de alarma, aunque el relato no sea de terror sino más bien de desazón. La magia que manejan los personajes muestra ya de entrada un carácter avaro, e intuyes el alto precio que les cobrará.

Y todo ello en un orden social retratado como si fuera inevitable, mas no por ello la pincelada carece de penetración y rigor y también, pero muy al fondo, adivinas una crítica sumamente corrosiva por lo fina y ágil. En escenarios, casas y paisajes brumosos capaces de hacerte llegar la humedad y el barro de los caminos. Con alteraciones de la realidad atractivas y de gran fuerza sugestiva, salvando alguna que otra ocurrencia absurda y surrealista.
Con algunos "cameos" de figuras históricas, previsibles en una anglodevota, supongo, lástima que los tales no lleguen a superar el esquematismo, en mi opinión.

Con muy buen sostén histórico y documental, como era de esperar de quién tardó diez años, nada menos, en escribirla, jope, pero sin privarse por ello de mostrar una densidad fantasiosa por centímetro cuadrado enorme, lujuriosa, de delirio psicodélico.

Sí, por cierto, también aparecen España, Italia, etc, pero tienen la desgracia de no ser Inglaterra y lo pagan con la penitencia de ser meros figurantes para los british. Y muuchas notas a pie de página, con relatos y datos algunas veces un tanto extemporáneos y ornamentales, puestos con la compulsión de una decoradora prolija y un pelín neurótica.

Pero en fín, por lo que me entretuvo y, en muchas ocasiones, hasta me absorbió la trama, por la anglofilia ( la mía solo estética, conste) que siempre he tenido, se lo perdono. Ah, y tiene dibujitos muy naif pero con su puntillo.

Un abrazote.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Maneras de vivir leyendo


Muuuchas, uuf, muchas son. Te agarras un ejemplar que, de seguro será atractivo, no en vano es uno quien lo elige, nada menos que uno mismo, un espíritu cultivado con esmero en el amor desmedido hacia sus propios gustos y al incremento de los datos que guarda en su mollera.

Te conoces por ello sobradamente el panorama librero de la ciudad en la que vives, sabes donde están los stands que te interesan y distingues con vista certera de rapaz la novedad que acaban de poner. Tus manos vuelan sobre Internet y eres capaz de encontrar enseguida la referencia, la novedad y los comentarios de los afines, de los pioneros, de los que hablan un lenguaje parecido, solo parecido, al tuyo.

Porque eso sí, como tu mismidad lectora no hay nada, nadie como tu para visualizar esos universos que te presta un autor, por lo general anglosajón, que sabe pastorear como nadie la intensidad de tu imaginación y tus deseos de vivir de prestado en otro lugar, aunque sea un ratito antes de quedarte frito en la cama.

Por ello, recibes con sorpresa y alegría, casi con espíritu eucarístico y de comunión, la coincidencia feliz con la recomendación de alguien, esa proximidad, esa cercanía y esa certidumbre de lo mucho que en el fondo nos parecemos y tal. Y por supuesto y como no podía ser menos, cuando lo que lees te engancha te sueles escindir en dos.
Una de las dos mitades se patea la calle y el pasillo de la casa como cualquier fulano, pero la otra, ay, la otra. La otra lamenta vivamente que el futuro, aquel futuro no esté aquí y, probablemente, no lo vaya a estar nunca, cosa que en el fondo asumes con alegría, ya que como tu adorada cotidianeidad no hay nada.

Para que querrías que existiera alguno de los universos del fantástico, pej, cuando tu papel en el se limitaría, con mucha suerte, al de un secundario graciosete o impotente. Cuando te asusta un ruido raro en casa o la simple jeta de algún inmigrante aparentemente avieso, asco de condición humana.

En mi caso, para disfrutar plenamente de la lectura y del viaje por el mundo ficticio de X, hace ya tiempo que adopté una manía/costumbre/fijación que más o menos suele funcionarme, la alternancia Ensayo/Ficción.

Cuando te has empapado de lugares, emociones y personajes, de intrigas y complejidades ficticias varias, te quedas llenito, como una especie de esponja noosférica saciada a reventar de datos y no es, por tanto y según mis gustos, momento de meterte en el mundo imaginario y ficticio de Y.
No, es momento de dejar que la historia leida se asiente tranquilamente en las capas de nuestro inconsciente hipotético y nunca muy demostrado, ese de Herr Freud y Betelheim, (aunque no sea un cuento de hadas), de que madure en terreno abonado.

Así, la iconografía de esa novela es posible que llegue a un entendimiento con nuestras pulsiones interiores, que colme un vacío o apague un fuego, siempre que antes no nos haya matado de aburrimiento, je, je, cosa que le parecerá mera mandanga marinera a un conductista, juas, juas...

La cuestión es que, para no entrar en una deriva fantasiosa y esquizoide, tirándome largas temporadas evadiéndome en lugares imaginarios, procuro agenciarme un ensayo medianamente abstruso, a ser posible escrito con amor por el tema, lo que le suele añadir una amenidad inesperada. Con ello evito convertirme en un candidato a la irrealidad y conservo las energías necesarias para la productividad laboral, así como la adecuada interacción social (es un decir, solo me llevo bien con mis amigos y para de contar).

Las excursiones por los terrenos del pensamiento, donde se suele buscar la verdad acerca de algo, suelen servir para llenarte la perola de datos y más datos, el cerebro no para de pedirlos, si no se los das revienta, por culpa de ese horror vacui que padece nuestra mente. Necesitamos siempre un relato acerca de lo que sea y si no lo tenemos nos los inventamos, por ello que menos que sea uno compartido.

Así, aunque el consenso no sea garantía de objetividad siempre será algo más valioso que el mero discurrir subjetivo de nuestra olla de grillos y, de esta manera, la preparamos para la siguiente excursión, harta ya de rigores, hechos y demás.

Ale, un abrazo a vuestros encéfalos y que nos leamos pronto.

martes, 9 de septiembre de 2008

La Burbuja de Gormenghast


Si todo universo literario es un mundo aparte, el creado por Mervyn Peake en los tres volúmenes Titus, Gormenghast y Titus Solo (1946-1956), una rara avis que pillé de saldo con cierta aprensión inicial, está aparte de todos los otros. Ya no por la extensión de lo escrito, puesto que otros títulos recientes y antiguos la igualan y hasta la superan, pero sí desde luego por la factura, por el estilo descriptivo impecable y tan visual y, por supuesto, más ya que por la finura, por la maestría psicológica a la hora de hablar de los personajes, a la hora de hacerlos deambular.

Pero esto tiene truco. El dominar la psicología descriptiva de las personas no implica en Peake pretensiones de verosimilitud objetiva o realista ( se trata de literatura, porfa) sino, más bien, una determinación implacable por caricaturizarlas, por desnudar e iluminar con intensidad feroz los abismos psíquicos y los móviles, por dejar a todos expuestos en carne viviente, sobre todo al elenco principal. Los demás, el abundante conjunto de secundarios, se acercan, frecuentemente, al esperpento, muy en sintonía con ese mamotreto de construcción gigantesca en la que viven y, además, para más inri, de vez en cuando hace aparición el toque surrealista, lo que a mí personalmente me incomodaba algunas veces.

Por eso mismo el relato y el lenguaje son tan morosos a veces, tan lánguidos, tan buscadamente arcaicos, con ese ritmo que de pronto se detiene para dedicarle, no sé, tres páginas enteras al rincón de un jardín, ale, diríase que pintando más que contando, matándote de desesperación al principio, lo reconozco, hasta que decides hacer como con la tónica, aprender a amarlo.
Lo compensa con creces el hecho de que cuando pasan cosas, porque pasan y muchas, suceden con una intensidad apabullante, con velocidad de infarto, con un estado de ánimo en el lector que ya se había venido preparando para el desencadenamiento de un hecho, no por anunciado menos sobrecogedor.

Y sobrecoge, sobre todo, porque sabes como afectarán a la estabilidad psíquica de alguien, porque ya sabes como es por dentro y lo que le puede pasar, porque el narrador te ha sumergido en el.

Pensaba que iba de sucesos de terror en una ambientación gótica en un medievo imaginario y lo de la ambientación es cierto, pero el elenco de personajes pertenece, más bien, al orden romántico y crepuscular, mas que al medieval, ya que esto último aparece con forma de vestigios, como un eco, perviviendo en esos rituales encorsetantes y patológicos que atenazan a sus protagonistas, en ese orden social tardofeudal, pero también en esa atemporalidad de índole onírica que se respira en todo el relato, algo apabullante en esa burbuja existencial que es Gormenghast. Hay escenas que parecen grabados en B/N, a la plumilla.

El universo geográfico que nos acoge es ficticio e indefinido así como la época pero el colosal castillo, una enorme isla de piedra con cientos de moradores hiperestratificados en clanes y niveles sociales, acaba teniendo una realidad aplastante, que hace que olvides toda otra posible.

Solamente con la conclusión de la historia, en la unidad temática que forman los dos primeros volúmenes, escapamos de allí, no sin haber sufrido dolor con algún personaje al que acabas queriendo absurdamente ( ay, Fucsia, Fucsia), pero con la advertencia admonitoria de que, más allá del castillo y su entorno, no existe nada: "Todos los caminos vuelven".

El tercer libro, Titus solo, supone una ruptura brusca en mi opinión, con un protagonista que sale de allí, no lo he podido leer por haberlo perdido (boba estoy) y ya tengo ganitas de volver a la Galaxia, amenazada según me han dicho por especies alienígenas peligrosas, en el universo del Opera, je, je.

Un saludín opresivo y medievalista, juaas, juas.

martes, 2 de septiembre de 2008

El caballero no tan oscuro.



Baatman, Baatman, chata ta ta chana ta ta chan, sin Robin claro, porque complica las cosas a los guionistas y para que su lado oscuro no sugiera un lado homoerótico, leches, que al final podrían terminar en un desfile en carroza por el barrio de Chueca. Es Batman, a pesar de todo, con la ayuda de su megaempresa y su criado tan chachi, ese del algodón no engaña...

Este verano la ví. Para toda ubicación vacacional en la que estés, existe un multicine cercano que te acoge y nutre. Además, la puedes ver en compañía de espectadores despistados, que de seguro esperaban un tebeo convencional y se encuentran con el espectáculo de una psicopatía desencadenada, la del Joker del actor Heather-extinto-Ledger. Este Joker no es como el muecas del Nicholson, no nos va a hacer reir con esa risa que se nos escapa, provocada por la payasada inesperadamente suave en el psicokiller horripilante.
Y bueno, loados sean los dioses, Batman tampoco es interpretado por el repelente comeyogures de la primera peli de la serie, que ni me acuerdo como se llama...

Le sobra a este Joker, inevitablemente, algo de histrionismo, quizá la marca indeleble que ha dejado Nicholson, pero lo compensa con el muestrario de una personalidad estragada y deshumanizada al máximo que, con la ayuda de un guión enteramente a su servicio (la de veces que le podrían haber liquidado y no lo hacen, joer...) le quita protagonismo, "oscuridad", a la condición humana del Batman/Bond. De todas formas, no entiendo ese exceso de autoescucha megalómana del personaje, pero en fin, Stanislawski sabrá...

Batman/Bond viste con elegancia máxima cuando enseña la jeta al cien por cien, que es cuando actúa de empresario resultón del copón. Tiene las máximas bendiciones como tal ya que, además de en beneficencias (una vela a Dios), también colabora bajo cuerda con el Gobierno (otra al diablo), lo cual en Yanquilandia es motivo de general aprobación, dado el patriotismo implícito en ello.

Aquí, no existen superpoderes y la ontología de este universo es "realista", ejem, realizándose las hazañas mediante artilugios tecnológicos con licencia cinéfila. Por ello, Batman/Bond tiene a su Mr. "Q", que en este caso es un secundario de lujo, el Morgan-Estoy de Paseo-Freeman, receptáculo de conocimientos y secretos y Guardián de las Llaves de los cacharritos. Pertenece, como no, al Club de Los que Están (Siempre) en el Ajo.
Al igual que Freman, el gran Michael Caine se pasea un rato con el plumero y desafía la brecha digital generacional, manejando con soltura de jovencito geek el despliegue de ordenatas de la choza del Bruce Wayne, que por momentos parece una tienda de informática.

A mí, como espectador, se me debió contagiar algo de la ceguera colectiva del universo de Gotham, esa que impide a todo fulano reconocer al prota, símplemente porque se tapa la mitad de la cara. De hecho, casi no le notas, el protagonismo es de otro. El payaso del Joker consigue meterte cierta inquietud continuada, y eso que lucha contra Batman, la poli y un guión que algunas veces bordea la sobredosis barroca y la inverosimilitud.

El ritmo es frenético, como concebido a base de beber Red Bull, y la película podría haber fallecido por sobregarga más de una vez si no fuera por ese policía, Gary Oldman, con una interpretación sobria que amarra la de los otros, lo que no quita que la historia se haga un tanto larga. Es durita a veces, cosa de la que se percataba el joven papi que estaba por allí y que salía, al final de la peli, conteniendo la inquietud generada en sus criaturitas, que quizá esperaban un Spiderman, no se...

Y por supuesto, no falta el sistema corrupto hasta las cachas pero siempre susceptible de salvación, mandamiento número uno de Hollywood. En fin, no pasas mal rato, aunque es posible que necesites un Almax, avisado vas.

Un abrazo enmascarado pero sin excesos, que hace calor todavía.