martes, 15 de enero de 2008

Soy leyenda. Traicionando al vampiro.

El príncipe de Bel Air, Will Smith, decía que Soy leyenda (el film) era del agrado de Richard Matheson, cosa que le enorgullecía. Si yo fuera el autor, dado el cinismo materialista que inunda mi espíritu, seguro que también me comportaría como un estómago agradecido para con quien me compra los derechos y me endosa un jugoso cheque. Probablemente haya cobrado más por derechos cinematográficos, de esta y anteriores adaptaciones, que por los ejemplares que le han comprado los lectores, los cuales serán notablemente inferiores en número a los espectadores de sala.

Vamos, que la decepción lectora con la plasmación en imágenes probáblemente se la traiga bastante floja.


Si es leyenda como médico entre humanos en vez de como monstruo para los propios vampiros , ello constituye una interesantísima inversión estética y argumental que nos enriquece a los que ya la hemos leido. Nos aleja de la posibilidad, ambigua y torturante, de que nuestra naturaleza humana pueda ser percibida como maligna. Contribuye a tranquilizar la conciencia el que los "vampiros" sean criaturas medio esbozadas en falsa piel, altamente parecidas a mutantes aulladores con alopecia masiva.

Mira que los vampiros tradicionales eran atormentadores porque, por más satánicos y maléficos que fueran, siempre seguían siendo plenamente reconocibles como los humanos que habían sido y, como un espejo siniestro, nos advertían de esa cercanía desagradable. Cuidado, porque no somos tan lejanos, somos capaces de hablar (no farfullar como en SL ) de pasar desapercibidos entre vosotros e, incluso, seduciros. Estos engendros de la peli atraen tanto como un cactus.


domingo, 6 de enero de 2008

Príncipe de Nada, el Buda despiadado.



Feliz año a todos los queridos amig@s que me leían, je, je, porque ya hacía semanitas que este vórtice de tal solo tenía el nombre. Una recomendación leida a un amigo me puso tras la pista de la muy chula trilogía de Scott Baker, un doctorado en Filosofía que escribe epopeyas con una fluidez y culturilla envidiables, muy de agradecer en tiempos pedestres y vacunos.

El príncipe de la nada, Kelhus, es un personaje encarnado por una especie de monje/neurólogo avant la lettre y maquiavelo de la manipulación psicológica. Este sujeto, educado en una cofradía ultrasecreta, emprende una peregrinación para Matar al Padre y transformarse el mismo en el Padre (de todos) que aquél nunca fue. La emprende en compañía de una reencarnación literaria del Conan de Howard, aunque aquí se llama Cnaiur y posee unas facultades de autoanálisis insólitas e insospechadas en un guerrero de las estepas. Es este una inteligencia en estado bruto, acompañada de testosterona superlativa aunque matizada por la introspección.

Es debido a estas facultades como logra mantenerse a salvo de las capacidades de manipulación de su compañero de viaje, capaz de alterar la percepción de la realidad y la epistemología de todo el que se cruza en su camino, tan solo con palabras basadas, eso sí, en una mirada analítica de la precisión de un rayo láser y que utiliza el conocimiento más absoluto del lenguaje facial, corporal, etc.

Para obtenerlo, primero debió de conocerse el mismo de la manera más absoluta, al estilo búdico-meditativo quizá, percibiendo la interminable madeja de pensamientos sin centro que nos define, así como el autoengaño continuo en que vivimos. Lástima que de la mano de esta lucidez no llegaran también la compasión y la caridad precísamente...

En ese mundo ficticio y medievalista, en el que resulta inusitada toda introspección seria y concienzuda, toda ciencia humana y antropología racionalmente orientadas, así como todo análisis deconstructivo acerca de mitos culturales y demás, la presencia de Kelhus actúa como un cuchillo humano que penetra toda mente cercana.

Frente a esta luminaria que ofusca más que alumbra, se contrapone la figura del bárbaro guerrero dotado de concentración en el propósito, capaz de gritarle vade retro a todas horas y que mantendrá algunos duelos psicológicos auténticamente escalofriantes con este alterador de realidades subjetivas, este practicante de la Mirada Total sobre el Otro.

Todo ello en el mundo ficticio de Earwa, una recreación de la época de las cruzadas aunque, claro está, en una geografía exótica y dotado con frescura propia y peculiar, así como con extraterrestres, magia curiosa, historia caudalosa y unos cuantos personajes con sus monólogos profundos y alambicados, sus complejidades psicológicas y culebrones adrenalínicos.

Quizá, cabe reprocharle cierto apresuramiento en concluir la trama, básicamente en el tercer volumen. Confío que lo solvente en los siguientes, ya que las espadas continuan en alto.

Podría ser que esa inconclusión narrativa fuera debida precísamente a su interés por continuar con cuatro obras más, por lo que sé. Que vuestro bolsillo lo permita y si no, que vuestro ego de lector voraz os lo demande. Un saludín de espada, brujería y encantamiento.